Pienso con envidia en la capacidad de G.K. Chesterton para reírse a carcajadas de las bromas y viñetas que hacían sobre su oronda persona. Y escribo «con envidia» porque el gran escritor inglés, con su proverbial sentido del humor, conseguía anular el oprobio al que sus enemigos trataban de someterle. Al fin y al cabo, ¿de qué les servía a sus haters mofarse de él si acababa celebrando esas humoradas contra su persona?
Pero si bien yo no he sabido tomarme la vida con el habitual humor de Chesterton, al menos me consuela saber que tampoco reacciono ante las bromas pesadas a la manera de Will Smith, queabofeteó a Chris Rock durante la ceremonia de los Oscar por un chiste de mal gusto sobre la alopecia de su mujer, Jada Pinkett Smith. En una gala tan excesiva, lo inoportuno del chiste no hubiera llamado la atención de casi nadie si no fuera porque Will Smith actuó con agresividad contra dicha inoportunidad.
No es loable hacer una gracia sobre la alopecia de una mujer, pero si por algo se ha singularizado la ceremonia de los Oscar, aparte del glamour y de la desinhibida ostentación de los privilegios de sus actores, es por saber reírse de las bromas de los presentadores, a veces ofensivas. Ese rechazo hollywoodense al honor zaherido al que tan adictos somos los mortales parece haberse fragmentado con la actitud violenta de Will Smith, quien, extrañamente, por momentos parecía estar representando un guion, pues alternaba el enfado con las risas.
Hollywood era otra cosa. Era ese Olimpo en el que dioses tocados por la fortuna asumían que podían ser el blanco de alguna burla indigesta, y que la mejor respuesta no era la violencia, sino una sonrisa de circunstancias.
Pero no es momento de demonizar a Chris Rock ni a Will Smith por ser tan humanos, sino de recordar con envidia a quienes, a la manera de Chesterton, sobrellevan los malos ratos con pacífico buen humor.
*Escritor