Abre abril con sol y menos frío del pronosticado, al menos en la paz de estos desiertos de enero y febrero, que marzo ha recubierto de un verde esperanza. Y, pese a todo, a veces la vida nos sonríe y nos sentimos afortunados porque la actualidad nos permite vivir momentos únicos contra lo lúgubre que amenaza. Y en esta semana, el instante más hermoso ha sido el recital de nuestro Miguel Ángel Muñoz en el colegio de aparejadores. Porque en aquel pequeño salón abarrotado, comprendí de pronto que lo que estaba pasando era algo grande. Allí estábamos, sin conocernos, gentes de todos los ámbitos y edades, gracias a su poder de convocatoria, rescatando de nuevo la Ribera con su voz de poeta urbano, el arte de Tamara Alegre y el Niño de la Isla y la sabia complicidad de David Holguín que nos paseó por la geografía cacereña, sus colinas, sus fuentes, su pasado y su futuro. Un futuro que debería estar en nuestras manos, que lo está en gran medida, pero que no termina de estarlo del todo, y por eso, las palabras de Araceli Rubio en la presentación, prestadas de Galeano, sobre que mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo, cobraron su significado mágico y transformador.

Todos los sábados en este periódico, Miguel Ángel, entre la crónica, la poesía y la magia, resucita la Ribera y a Cáceres, esta ciudad que pugna por ser a lo grande, como se merece, aún sin tren digno, pero con un pasado hecho de historia, misterio, dolor, belleza, trabajo duro, aguante, tradiciones, progreso lento y vida que se escapa entre sus piedras y nos recuerda lo que ha perdido, lo que ha ganado y todo lo que debemos luchar por ella. Tiene tanto que ofrecer que no necesita comparaciones, ni enfrentamientos, ni anteponerse a nadie ni emular ni atacar. Es lo que es, lo que fue y lo que tiene que ser y con eso sobra. Contra nadie, con sus siete colinas, sus fuentes, su patrimonio arqueológico, sus iglesias, sus callejas, su Ribera y su Montaña. Sin mina pero con río.