El Periódico Extremadura

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Víctor Bermúdez

café filosófico

Víctor Bermúdez

Adoctrinamiento y filosofía

Vuelve la polémica sobre una nueva ley de Educación

Alumnos premiados en la IX Olimpiada filosófica de Extremadura. El Periódico

Vuelve la polémica en torno a la nueva ley educativa. Además del tema de la presencia o no de la filosofía en secundaria (aquí, la Consejería ya ha asegurado que se impartirá como optativa en la ESO), el debate gira en torno a dos de las trifulcas habituales en cada reforma educativa: la cuestión del presunto adoctrinamiento de algunas materias, y el asunto de la renovación pedagógica. Cuestiones ambas que tienen, también, una relación directa con la filosofía. 

La polémica sobre el adoctrinamiento en las aulas la provoca habitualmente la derecha, denunciando que determinadas materias, como las de educación en valores cívicos, tienen una fuerte carga ideológica. Y es curioso, ya de entrada, que la controversia la genere una derecha que a la vez que ataca el adoctrinamiento escolar en valores cívicos, defiende el adoctrinamiento escolar en religión, reivindicando por sistema el refuerzo de la materia de religión católica o pidiendo que se subvencionen los colegios religiosos.

Arguye la derecha que el adoctrinamiento religioso en la escuela es por elección familiar y, por ello, legítimo. A lo que los progresistas responden que la educación en valores cívicos (es decir: los valores que emanan de las leyes, la Constitución o la Declaración de los Derechos Humanos) es imprescindible, porque sin compartirlos no hay sociedad ni convivencia democrática que valgan. A esto la derecha vuelve a replicar que sí, que algunos valores sí, pero que otros (como los relativos a la ecología, el feminismo, los derechos LGTBI, la educación afectivo-sexual, la memoria democrática…) son discutibles o entran dentro de la batalla política. Los progresistas replican que estos valores están ya recogidos en leyes en vigor. La derecha aduce que esas leyes no las han votado ellos. Y así una y otra vez. ¿Qué se puede hacer frente a esta discusión bizantina? 

La respuesta se ha repetido muchas veces. Para prever el adoctrinamiento (sea del signo o tipo que sea), tanto en las aulas como en la sociedad, no hay nada como la educación filosófica. La filosofía, cuando se imparte adecuadamente, enseña a identificar las ideas de fondo de cada doctrina, a evaluar su racionalidad y pertinencia ética, y a argumentar con los demás al respecto. Y todo esto a partir de un bagaje de textos en los que se han tratado y analizado aquellas ideas de mil formas distintas durante más de dos mil años. Sabiendo todo eso es muy difícil que nos adoctrine nadie que no nos convenza. Y convencer no es lo mismo que adoctrinar, ¿no?

Por cierto, que la controversia entre doctrinas no solo afecta a los asuntos éticos, políticos o religiosos. La gente cree ingenuamente que las ciencias o las artes están libres de creencias y valores, y que lo que dicen o expresan no admite disputa, pero esto no es cierto. La ciencia está cargada de ideología (como mínimo, de ciertas ideas preconcebidas sobre el mundo o el propio conocimiento), y las obras de arte no digamos. Si los alumnos no aprenden a analizar crítica y filosóficamente las ideas y valores subyacentes a las teorías científicas, económicas, psicológicas, históricas, etc., que les enseñan en clase (no digamos los que subyacen a las noticias, las series, los videojuegos, la publicidad o todo lo que aparece por Internet), estarán atados de por vida a esas ideas prejuiciosas. Por esto, y no por prurito intelectual o por conservar ninguna tradición, es por lo que es imprescindible la filosofía en las aulas. 

Decía Kant que no se enseña filosofía, sino a filosofar, esto es: a pensar sin descanso para comprender mejor el mundo

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Frente a la otra polémica, la relacionada con la renovación pedagógica, el asunto es más complejo. Los renovadores afirman que el mundo ha cambiado, y que esto exige cambios en la manera de educar a los jóvenes, pues los métodos más tradicionales no funcionan. Por otra parte, los menos o nada renovadores afirman que los cambios propuestos no son los adecuados, pues desincentivan el esfuerzo y promueven un aprendizaje poco o nada riguroso, por lo que abogan por dejar las cosas como están o retornar a formas más clásicas de enseñar. 

Ahora bien, con respecto a esta disputa la filosofía también tiene algo que decir y hacer. Si se constata, por mero sentido común, que ningún aprendizaje es posible sin contar con la voluntad o interés del aprendiz o sin la comprensión profunda de lo que se aprende, algo en lo que deberían coincidir las posiciones en liza, toca reconocer que el paradigma más puro de esta forma de aprender es precisamente la filosofía, definida como el amor o voluntad de saber, y como aquella ciencia que no admite como válido nada que no se pueda comprender desde sus cimientos y en relación con todo lo demás.  

Decía el gran filósofo Kant que no se enseña filosofía, sino a filosofar, esto es: a pensar sin descanso para comprender mejor el mundo y que nadie nos engañe. Educar en filosofía es, pues, la mejor garantía, no solo para evitar el adoctrinamiento, sino para promover una educación comprensiva y tan innovadora y competencial como rigurosa. ¿Quién da más?

*Profesor de Filosofía

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