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Raquel Rodríguez Muñoz

Desde el norte

Raquel Rodríguez Muñoz

Redactora

La indiferencia mata

Una joven, en el asiento trasero de un coche con las lunas tintadas, hace gestos con la mano, como saludando, como queriendo llamar la atención. Fue lo que hizo la pasada Semana Santa una chica en Plasencia. Le dijo a la Policía Local que se lo había hecho a varias personas, pero nadie se dio cuenta de que estaba pidiendo auxilio. Era una víctima de violencia de género y su expareja la había retenido a la fuerza en el coche. Quizás no la vieron, quizás no conectó su mirada con la de nadie o quizás sí, pero no le dieron importancia, a nadie se le encendió la chispa de que algo podía pasarle, solo a los agentes de la policía que casual y afortunadamente se cruzaron con el coche. Ellos sí la vieron y posiblemente le salvaron la vida.

Este caso me ha recordado al del fotógrafo suizo René Robert, que murió congelado en una calle de París después de pasar nueve horas en el suelo sin que nadie le prestara ayuda. Somos seres sociales, vivimos y nos desarrollamos en sociedad, pero en muchas ocasiones, estamos en una burbuja y no atendemos al de al lado. Eso es un fracaso social y, ojo, la indiferencia mata.

El intendente de la Policía Local de Plasencia ha destacado que sus agentes estuvieron «atentos». Podría decirse que va en el cargo, pero el estar atentos implica preocuparse por los demás y eso podemos hacerlo todos. La vorágine del día a día nos ha comido y deberíamos asumirlo, parar, reflexionar y salir a la calle mirando a nuestro alrededor, y con mirar me refiero a las personas.

La muerte de René Robert nos puso a todos ante el espejo y seguro que muchos nos avergonzamos. La joven de Plasencia tuvo suerte, pero hay muchas como ellas, las vemos casi a diario en las noticias, mujeres asesinadas con familiares, vecinos o desconocidos que por la calle ven gestos violentos pero prefieren mirar a otro lado. El gesto de auxilio de una mujer maltratada se ha difundido, pero estoy segura de que todavía mucha gente no lo conoce y, lo que es peor, le da igual porque no va con ellos. De nuevo la indiferencia.

Podemos salvar vidas y deberíamos autoobligarnos a prestar atención al prójimo y actuar si algo nos chirría. Porque, si no lo hacemos, el silencio nos hará responsables. Estamos a tiempo de cambiar y de enseñar a las próximas generaciones a hacerlo para que no haya más René, ni más mujeres cuyas muertes podrían haberse evitado.

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