El Periódico Extremadura

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Ignacio Sánchez Amor

Día de Europa

Ignacio Sánchez Amor

La UE, los faros y las sombras

El 9 de mayo de 1950, Robert Schumann, uno de los colosos padres (y madres) fundadores de la UE, dio una conferencia de prensa en el Quaid'Orsay, el Ministerio de Asuntos Exteriores francés. Rueda de prensa de la que, por otra parte, no hay imágenes: las que se conservan corresponden a la reconstrucción de la escena al día siguiente, no a la trascendental lectura de la Declaración Schumann.

Setenta y dos años después, regresa el calendario al 9 de mayo para encontrar a la UE enfrentando a sus retos y amenazas desde el faro de las palabras de Schumann. ¿Ha sido la UE capaz de construir una solidaridad común, en base a acciones concretas, como rezan las líneas más significativas de su discurso? Podría responder con otra pregunta: ¿cómo, si no, denominar al ejercicio impensable, titánico, descartado de antemano por muchos, de financiar y distribuir vacunas y productos sanitarios durante una pandemia global sin precedentes? Haciéndolo, además, en tiempo récord, de forma centralizada, y respondiendo no sólo a las necesidades de 27 países, sino de diversos socios y estados en todo el mundo.

La solidaridad común, aquellos cimientos a los que se fio el desarrollo de una estructura supranacional inédita en el continente, con la ambición de hacer la guerra no sólo materialmente imposible, sino también impensable, se ha visto de nuevo reforzada ante casos como la mutualización común de la deuda. Alguien podría pensar que los fondos europeos, el NextGeneration EU, el programa REACT-EU... han sido sólo un paso lógico ante un desafío considerable. No está de más recordar que, hace apenas una década, esos mismos estados miembros, que han autorizado a la Comisión Europea a emitir bonos en los mercados internacionales para salir de la crisis de la pandemia, no actuaron así en una situación similar en 2011. Alemania escogió que los problemas de Grecia se quedaban Grecia. ¿Qué ha cambiado desde entonces?

Lo que ha cambiado es la dimensión, y la frondosidad, de las sombras que rodean a la UE. El desarrollo de las crisis más recientes en el panorama internacional, tanto las lejanas como las cercanas, de diferente índole, han ido demostrando que las respuestas utilizadas tradicionalmente están en desuso. Los retos y las amenazas son de una escala que supera sobradamente las capacidades nacionales, y ante las que la escala europea aparece como la más adecuada. Que un país solo no podía haber dado respuesta a la pandemia es algo evidente. Lo que no es tan evidente es llegar a la conclusión de que la UE es más fuerte cuando actúa en política internacional como una sola, que cuando actúa como la suma de 27 estados, algo que la guerra en Ucrania ha puesto de manifiesto. Si el 24 de febrero el Consejo Europeo se hubiera dejado guiar por las diferentes filias y fobias de sus 27 gobiernos y ministerios de asuntos exteriores, seguiríamos aún hoy discutiendo sobre la utilidad de las sanciones a Rusia. Sin embargo, la actuación armonizada y decidida ha permitido apoyar militarmente a Ucrania, acoger a sus refugiados, coordinar acciones diplomáticas en foros multilaterales, dejar de financiar la guerra de Putin y reforzar la transición verde, derribar al rublo, y desestabilizar la hamaca del estatus quo al que los oligarcas cleptócratas del Kremlin se habían acomodado. Algo que no ocurrió con la invasión de Crimea en 2014. 

Uno de los motivos por los que la UE es capaz de responder a estas crisis es que ha ido encontrando la voluntad política para hacerlo, seguramente por el liderazgo desde sus instituciones, con figuras como Von der Leyen o Borrell. En otras ocasiones, la UE no se había atrevido a dar el paso. Las crisis afrontadas sirven de experiencia acumulada que demuestra y legitima la respuesta a escala europea.

Cabe sin embargo espacio para la reflexión crítica. La UE podría dotarse de herramientas para prever las crisis, no sólo para responder adecuadamente a ellas. Por ejemplo, la invasión rusa de Ucrania no era tan imprevisible: había ocurrido en Crimea, o en Georgia. Los servicios de inteligencia americanos habían advertido a sus homólogos europeos de la franja temporal de la invasión con exactitud. Sin embargo, en la UE reinaba cierta sensación de incredulidad. Si otros sabían que la invasión podía ocurrir, la UE debía haber contado con las mismas capacidades para llegar también a este análisis. Esta es una de nuestras facetas a mejorar: una política exterior que no ha sido entregada completamente por parte de los estados, y que limita la profundidad de la acción exterior de Bruselas. Otro ejemplo es la diplomacia europea, que es prestada: los diplomáticos de la UE son profesionales de los distintos estados miembros, que terminan regresando a sus capitales y sus servicios nacionales. Esta es una de las dimensiones más relevantes que tiene que cambiar en la UE: dotarse de instrumentos que le permitan ser un actor plenamente global. 

*Eurodiputado

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