Asomarse al artículo que algunos exponemos en este tenderete cada sábado es como venir a una feria de objetos perdidos, sabes de antemano que nadie va a venir a recoger el suyo; que nadie va a detenerse más de tres minutos para ver con que abalorios metafóricos vas a llamar la atención del paseante o que nadie comprará una perlita del collar que con tanto cariño has engarzado en la oscuridad de la noche y el silencio solemne de la madrugada. Sabes de antemano que es como acudir a un mercadillo de retales donde las palabras son un mero saldo.
Asomarse aquí es tener que optar entre dos caminos: o ves el mundo que ven todos o enseñas el tuyo propio. Disyuntiva que imagino aqueja a todo constructor de columnas. Para la segunda alternativa uno toma menos café, traga menos sapos de los que flotan en la charca viscosa de la actualidad y se protege de la quemazón política. En cambio, para la primera uno ha de estar calentito por dentro que es lo mismo que decir enrabietado, ardiente, ofuscado, embebido del licor de la fruta podrida que cae del árbol de la actualidad.
Las noticias son como peras golpeadas. No sirven ni para compota.
Así que una mira incesantemente por encima de las montañas que perfilan los periódicos buscando donde reposar los pensamientos. Algunos días las ideas quieren ir más allá de la gran montaña de mentiras que encierra esta cajita de papel llamada periódico; desean ellas tener vida propia y encaminarse por la ruta de la seda antes de escoger la ruta de la sal.
Las noticias se parecen mucho a los higos secos.
Al escribir buscamos algo nuevo… no sé… que el lector sienta pinchazos donde no sospecha que tiene centímetros de piel y entonces, zas, le viene un terrible escozor. En la escritura esto se consigue con muchas dosis de oficio y constancia más que de pasión. No dudo que la exaltación, el arrebato o frenesí sean importantes a la hora de escribir o asaltar esta arcada, pero la tenacidad es más resolutiva y la paciencia más proclive a concebir el sueño de escribir mejor. Creo que los sueños no se alimentan de impulsos sino de trabajo y perseverancia.
Con toda seguridad al escribir ninguno de nosotros somos demasiado originales pues perseguimos sueños que ya tuvieron antes miles de hombres, tal vez un horizonte perdido, una tierra intacta, ilesa, sin edad; un lugar sembrado de verdad donde caminar descalzos sin herirnos. Luego empiezas a escribir las primeras líneas y te dices ¡lo dejo! Ni un solo párrafo tiene que ver con lo que al mundo le concierne o interesa.
Las noticias son una y otra vez la misma manzana podrida. ¿Por qué no insistir más en la belleza? ¡Lo dejo!
De repente cae en mis manos un tomo con más mil poemas chinos como si fuera un melocotón rosado y jugoso. Una alquimia indecible. Un no parar de oler a rosas. Experiencia bellísima leer a los poetas chinos, pura transfiguración: la mirada se llena de caminos empolvados de pétalos y almendros que tapan la visión del cielo. El imaginario chino concibe el perfume y el sonido como dos atributos de lo invisible, así el ideograma que usan tiene en su parte superior una piedra musical, mientras la parte inferior contiene el signo de la fragancia. La palabra resonancia significa para ellos algo que va desde lo más próximo a lo más lejano, es lejanía y canto duradero.
¡Qué lejos estamos de allí! De los pabellones de jade, del aura del Este y la raya del alba. Hasta para hablar del miedo, la guerra o el destierro se envuelve el poeta chino en túnicas de seda; su dolor asciende entre plumas de grullas amarillas. Escribir ya tiene otro sentido, soy como una hierba sin raíz llevada por el viento.
Ya lo dijo Dostoievski: «la belleza salvará al mundo».
* Periodista