El Periódico Extremadura

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Daniel Salgado

Es decir

Daniel Salgado

Emérito para el cuché, buen papel

A quienes le han sugerido al emérito que dé explicaciones, su respuesta ha sido: ¿Explicaciones de qué?

Lo peor con el emérito ha sido la sugerencia de que «debería dar explicacione». Qué aburrimiento. La misma frase en todos, sin una variación, sin un añadido, nada. La misma frase, «debería dar explicaciones», y nadie que preguntara: «¿Cuál, por ejemplo?». Porque si al menos se supiera qué explicaciones…

Pero se saben. Monetarias, bancarias, financieras, o sea, sobre fraudes y cuentas caimanes, porque sobre safaris y amantes… Sorprendería que ese «debería dar explicaciones» incluyera cómo y cuándo se rompió la cadera y cómo y cuándo y cuánto lo de Corinna Larsen, por ejemplo. Cierto: la cadera no solo fue durante la crisis económica, año 2012, sino que supuso gasto público. Y, cierto también, Corinna Larsen recibió 65 millones a cambio de no se sabe qué, pero 65 millones que podrían ser de los españoles. En ese caso, sí: explicaciones también sobre Botsuana y sobre la tournée des grands ducs, que así hay que referirse a quienes visitan el mundo, gastan sin contar, etcétera. Pero de eso, o de parte, ya se disculpó, y con dos muletas: «Lo siento mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir». 

Las explicaciones que debería dar (nada que ver con «debe dar», la forma exigente para las explicaciones: «debería dar» es un ruego, una súplica, a saber, si su majestad tuviera a bien) serían para no perjudicar a su hijo y a la institución, según los monárquicos adjuntos, que son los que consideran que su comportamiento está dando pábulo a la república, así lo dicen, «Juan Carlos es el mayor promotor de la república». El Gobierno, o sea, el núcleo socialista del Gobierno, está entre estos monárquicos y opina lo mismo, de ahí que se sume al leitmotiv: «Debería dar explicaciones». Pero, más allá del Gobierno y de estos adjuntos a la monarquía, el propósito de quienes estos días han sugerido que el emérito debería dar explicaciones sería rebajarle a un igual, qué satisfacción. En su defecto, la satisfacción de creer que se lo han exigido.

Sin embargo, después de las explicaciones, ¿qué? Supóngase que el emérito, ayer, decidiera dar explicaciones. Y que dijera que ya no tiene causas pendientes con la justicia porque: 1) regularizó sus deudas tributarias, 2) algunas cosas no pudieron probarse y 3) la mayoría de delitos estaban amparados por la inviolabilidad. Supóngase que luego añadiera que huyó a los Emiratos para escapar de Hacienda, precisamente, pero que regularizó su situación en cuanto se descubrió el fraude, y, en un campechano golpe de sinceridad, confesara incluso que si Hacienda no lo hubiera descubierto, no habría pagado. Y supóngase, en fin, que pidiera perdón, reconociera estar arrepentido y hasta revelara quién paga su vida privilegiada en Dubái. Supóngase.

Nada ocurriría después. A quienes le han sugerido al emérito que «debería dar explicaciones», su respuesta ha sido: «¿Explicaciones de qué?». Es fácil, en el supuesto de que hubiera dado explicaciones, qué se dirían los españoles: «¿Explicaciones para qué». Sobre todo, por el sentimiento. 

*Funcionario

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