Algunos críticos musicales relamidos de capital han evidenciado el abuso de Robe de los ritmos ternarios. Es posible que sea así, pero yo me quedo con su habilidad para componer con facilidad pasmosa verdaderos himnos y el haber logrado un sonido propio, inconfundible. Robe Iniesta suena a Robe y a nada más. Lograr eso después de un proyecto tan exitoso y reconocible como Extremoduro es una hazaña, y da igual que lo haga a ritmo de vals o de chachachá. En cuanto se oyen los primeros compases de sus canciones ya se identifica el sello del músico placentino. Eso no es fruto de un día ni dos, sino de toda una vida y oficio haciendo buenas canciones. 

Decían que Paganini tenía un pacto diabólico para desarrollar su habilidad con el violín. En este caso creo que lo que hay es sabiduría a la hora de rodearse de talentosos músicos y técnicos. El concierto del sábado en el hípico demostró que la banda extremeña es un acierto pleno. Tenemos músicos de primer nivel. ¡Cómo suena el Hammond con Álvaro Rodríguez al teclado! ¡Qué sutileza la de Carlitos Pérez con el violín! ¡Cómo aguanta el ritmo trepidante y los cambios de tiempo Alber Fuentes! ¿Qué instrumento no sabe tocar el eléctrico David Lerman? ¿Cómo llega Lorenzo González a las high notes con esos falsetes imposibles? ¿Tendrá Woody Amores un pacto mefistofélico para memorizar todos los solos que interpreta con su Les Paul? 

La gira Ahora es cuando ha comenzado en Cáceres e inicia un periplo nacional con el cartel de ‘agotadas’ en muchas plazas. Recordaré el concierto del sábado como el primero de la vuelta a la normalidad. Es un proyecto extremeño a la altura de cualquier show internacional. Debe alegrarnos que desde aquí se gesten trabajos de esta categoría. Si esto se hiciera en Madrid o Barcelona ya habría quienes lo alabarían hasta la extenuación autocomplaciente. Ha llegado el momento de hacerlo con lo nuestro.