El Periódico Extremadura

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Diego Fernández Sosa

Tribuna abierta

Diego Fernández Sosa

Literatura, educación, utopía

Para las generaciones de los que hoy tenemos entre 50 y 65 años, la formación académica, la educación, aportaba simultáneamente conciencia y revolución

La literatura es una defensa contra las ofensas de la vida», dejó escrito Cesare Pavese. Todos hemos buscado en alguna parte respuestas a las magnas cuestiones de la existencia. En lo personal, siempre he mantenido la fe en encontrar esas respuestas en los libros, particularmente en las novelas y en la poesía. 

Según la vieja metáfora, la literatura constituye –para quienes se inicien en ella– ese profundo espejo de la conciencia en el que nos miramos desde muy jóvenes. Y en él iremos encontrando una serie de cualidades y réditos que nos acompañarán toda la vida, si conservamos la confianza, el interés y la pasión suficientes en el lenguaje y las ideas. Pues, ¿no estamos hechos, acaso, de lenguaje, de cultura, de conocimiento, de imaginación?

La literatura es un fenómeno genuino. Me refiero a ella no como una entidad inmóvil y abstracta, sino como un incesante río que fluye lleno de fuerza y cuya corriente nos vincula con planos que difícilmente podrían descubrirse de otro modo. La literatura es educación, es camino, es visión, es estructura. Una sociedad de individuos lectores daría lugar a un universo perfecto que alcanzaría en poco tiempo un alto nivel de conciencia. 

Yo me inicié en la literatura con Delibes, García Márquez, Cela, Goytisolo, Aleixandre, Cernuda, Salinas, Lorca, Machado, Ángel González. Y mi espíritu, mi conciencia y mi imaginación fueron formándose paulatinamente con la lectura de sus obras. Estos nombres adquirieron en seguida la categoría de «clásicos contemporáneos» para mi generación. Sin embargo, ¿existen hoy, en España, nombres comparables? ¿Existen hoy, en España, nombres que ocupen el campo de la cultura como lo llenaron ellos? ¿Nombres que sirvan al menos de referencia a una o dos generaciones? Ni siquiera las televisiones –y no sé si adolezco aquí de ingenuidad o de romanticismo– proponen hoy en sus parrillas programas del alcance de «Encuentros con las letras», «Biblioteca Nacional», «El nuevo espectador» o «Negro sobre blanco». 

Para las promociones de alumnos de las últimas décadas, hijos ya de la sucesiva serie de leyes de educación desde 1990, ni estos nombres ni el mundo antiguo que representan significan nada, porque la propia sociedad y el propio sistema han ido haciendo declinar los valores, las creencias, los hitos y los mitos que fueron válidos durante treinta o cuarenta años en nuestro país. Y, si estos nombres, por natural evolución histórica de los tiempos, ya no son válidos, ¿qué otros se proponen como alternativa? ¿Qué enseñamos, los profesores de literatura, en las aulas? ¿Defendemos actualmente algún paradigma que sea paralelo a lo que proponen la sociedad y la cultura españolas de hoy en día, más allá del estímulo de las pantallas de los smartphones? ¿O defendemos –quien tenga a bien defenderlos– puros arcaísmos, petrificados fósiles de la tradición cultural? ¿Profesamos algo, los profesores? ¿Podemos ir más allá de esa «civilización del espectáculo» que ha señalado Vargas Llosa al establecer que «La cultura, en el sentido que tradicionalmente se ha dado a este vocablo, está en nuestros días a punto de desaparecer»? ¿Podemos ir más allá de los valores que imperan en una sociedad hipercomunicada e hiperestimulada por ese formidable universo Aleph (léase a Borges) que es internet?

Para las generaciones de los que hoy tenemos entre 50 y 65 años, la formación académica, la educación, en muchos casos aportaba simultáneamente conciencia y revolución. Es cierto que los tiempos han cambiado, que la sociedad española ha evolucionado –o empeorado, según el valor que a cada uno le aporten las sumas y las restas–, pero si –como me malicio– la educación ya no significa ni conciencia ni revolución –ni aun evolución–, ¿dónde reside, entonces, su significado verdadero?

*Doctor en Filología Hispánica. Profesor de Lengua y Literatura.

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