El Periódico Extremadura

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Antonio Galván González

Desde el umbral

Antonio Galván González

Voces de ultratumba

Hemos sabido esta semana que Alexa, la inteligencia artificial creada por Amazon para asistirnos virtualmente mediante el control de voz, podrá interaccionar con nosotros utilizando el timbre, la cadencia y el tono de voz de cualquier persona fallecida. 

Para ello, deberá proporcionarse al sistema una grabación de voz de la persona en cuestión de al menos un minuto de duración. De todo lo demás se encargará la tecnología. La posibilidad de resucitar a los muertos es una fantasía con la que la humanidad ha jugueteado desde tiempos inmemoriales. Sabedoras de ello, y ante la imposibilidad de devolver al plano terrenal a aquellos que ya lo abandonaron, las Big Tech, las grandes compañías tecnológicas, han invertido una ingente cantidad de recursos para poder ofrecer un remedo o sucedáneo de esa resurrección que tantos ansían. 

Las multinacionales son conscientes de que existe un nicho de mercado, radicado en el anhelo de los que ya se fueron, que puede proporcionarles pingües beneficios. Conocen al ser humano, y tienen la absoluta seguridad de que hay muchas personas dispuestas a que les den gato por liebre hasta sabiendo que la liebre es una mera ilusión. 

Desde un punto de vista humano, podría comprenderse el afán por recuperar algo de lo perdido, aunque solo sea por el consuelo que ello pueda proporcionar. Pero no hay que dejar de ser conscientes de que, cada vez con mayor frecuencia, tendemos a conformarnos con el puro artificio, con la ilusión de lo virtual, con mentiras revestidas de verdad. 

Y que, mientras nos entretenemos en el regocijo nostálgico, dejamos de exprimir todo el jugo al plano de lo real, al aquí y ahora. La tentación melancólica, que proporciona a menudo placer desde el dolor, puede llegar a ser muy fuerte para algunas personas. Y la promesa de traer el pasado al presente puede enganchar a esa virtualidad salvífica. 

Pero el temprano o posterior descubrimiento del cartón piedra en que están construidos todos esos escenarios solo puede conducir a la depresión. Ante el futuro incierto que se avecina, hay quienes idealizan el ayer y se refugian en la memoria y quienes se obsesionan con el porvenir. Entre ellos brotan la depresión y la ansiedad, bien por el anclaje al pasado, bien por el temor al futuro. 

Tanto quienes sufren estos males como el resto de individuos sabemos que solo tenemos posibilidades de incidir en el futuro desde el presente, y que los recuerdos gratos no deberían suponer un obstáculo a la hora de construir una memoria feliz para el mañana. Solo falta que recuperemos lo que sabemos desde el fondo de nuestra conciencia y que lo saquemos a la superficie, que dejemos de recluirnos en la frialdad de una voz procesada, en una imagen ‘renderizada’ o en el metaverso, y que redescubramos el gozo inmenso que solo puede experimentarse con lo real. 

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