El Periódico Extremadura

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Mario Martín Gijón

Espectráculo

Mario Martín Gijón

Fernweh

Hace poco más de tres años nos conmocionaba la muerte del escritor y editor extremeño Julián Rodríguez (Ceclavín, 1968 – Segovia, 2019)

Hace poco más de tres años nos conmocionaba la muerte del escritor y editor extremeño Julián Rodríguez (Ceclavín, 1968 – Segovia, 2019). Por suerte, su obra sigue muy viva, su reconocimiento también, y sobre todo sigue viva Periférica, la editorial cacereña y cosmopolita que fundó con Paca Flores, quien mantiene el espíritu de su catálogo. Como prueba, la publicación hace unas semanas de París Berlín Nueva York. Transformaciones, libro del escritor austriaco Wolfgang Hermann (Bregenz, 1961), del que la misma editorial ya había publicado hace unos años Despedida que no cesa, el desgarrador relato biográfico de la muerte de su hijo adolescente.

El libro que tenemos ahora es muy distinto: traducido por Jorge Seca, París Berlín Nueva York es un libro de viajes publicado originariamente en 1992, cuando el autor tenía la mitad de la edad que tiene ahora, y era un treinteañero en plena evolución personal, convencido de que “soy el resultado de constantes transformaciones” y de que “las ciudades en las que he vivido estos últimos años me han transformado”. Y sin duda la persona que vive en distintas ciudades y países (y digo “vive”, no solo pasa por allí como turista) adquiere una riqueza personal distinta a la del arraigado, que a cambio quizás posea otro tipo de riqueza, la profundidad que a veces pueden alcanzar esas raíces.

Las tres metrópolis que aparecen en este libro daría cada una para muchos cientos de páginas y por eso el autor advierte que “voy a limitarme al relato de fragmentos aislados del recuerdo”. Personalmente, el capítulo berlinés fue el que me resultó más interesante, no solo por la fecha en la que estuvo allí Hermann (una Berlín recién reunificada, donde vivió “una extraña euforia, de ver, vivir y percibir todos esos nuevos comienzos, las transiciones de una época a otra”), sino también por unas reflexiones en las que se trasluce lo distintos que son austriacos y alemanes. Decía hace poco la escritora de origen iraní Nava Ebrahimi, que ha vivido en ambos países, que cuando se juntan los alemanes, lo que quiere cada uno es tener razón, mientras que a los austriacos lo que les preocupa es causar la mejor impresión. Así se entiende que Hermann confiese que “en ningún otro lugar he sentido con tanta intensidad el vacío, la ausencia de vida, como en la ciudad-isla de Berlín, mantenida artificialmente con pulso” o que hable de “Alemania, esta gran máquina implacable” que “no es buena con sus criaturas”.

También hay paisajes deliciosos en su capítulo sobre Nueva York, donde frecuenta barrios donde solo escucha hablar en ruso o en español con acento dominicano. Ahí recuerda su niñez cerca de los Alpes o sus estancias en pueblos pequeños y desea dejar la gran urbe para “salir de ahí, permanecer en lo individual, en lo pequeño, tener tiempo y percibir los gestos que haces, las palabras que pronuncias”, compadeciendo a los transeúntes estresados y soltando el lastre de todas esas “ocupaciones importantes que, vistas desde el silencio de la plaza de un pueblito, no son más que naderías”.

Conocí a Wolfgang Hermann hace unos siete años: había yo traducido ya algunos poemas suyos (pues además de narrador es un excelente poeta, aunque se prodigue poco últimamente en ese género) y, de paso para la ciudad eslovaca de Banska Bystrica, a cuya universidad iba yo a dar unas clases, paré en Viena y asistí a la presentación de una novela suya en la librería Alte Schmiede. Luego nos vimos otra vez en España, país donde suele pasar sus vacaciones. En alemán existe un término difícilmente traducible, Fernweh, que alude al anhelo de viajar, opuesto a la nostalgia (Heimweh). Estas prosas urbanas nos hacen viajar con la imaginación sin movernos de nuestra casa, por lo que resultan una recomendable lectura veraniega.

*Escritor

 

 

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