El Periódico Extremadura

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Mario Martín Gijón

Espectráculo

Mario Martín Gijón

Quejicas

España estaba acostumbrada a un despilfarro sin sentido, como si la luz eléctrica fuera tan natural como el sol

Estos días no salgo de mi asombro por el revuelo que han causado las medidas de ahorro energético, sobre todo la obligación de no poner la temperatura del aire acondicionado por debajo de los 27 ºC, pero también la de reducir el alumbrado nocturno. Como hacía tiempo que no se hablaba de ella, Díaz Ayuso ha aprovechado para salir en tromba diciendo que «Madrid no se apaga», que la oscuridad le pone triste y que no aplicará esas medidas, aunque hace un par de semanas, el presidente de su partido, Núñez Feijoo, pedía un plan de ahorro energético.

Tanto respecto al alumbrado nocturno como a la temperatura del aire acondicionado, me parece que España estaba acostumbrada a un despilfarro barroco sin mucho sentido, como si la luz eléctrica fuera tan natural como la del sol en el sur. Recuerdo hace trece años, cuando vivía yo en Brno (República Checa) y me visitó mi hermana, que me comentó que le sorprendía la oscuridad de las calles y que le daba sensación de inseguridad. A mí me sorprendió su comentario, pues me había acostumbrado a esa menor iluminación y, respecto a la seguridad, se trataba de una ciudad más que segura, con muchos miles de estudiantes que volvían de noche a sus hogares sin temor alguno. En caso de necesidad, ya todo el mundo lleva la linterna incorporada en su móvil si hay algún tramo de calle con farolas apagadas.

Lo mismo con el aire acondicionado: leí hace unos años que se vendían más aparatos de aire acondicionado en España que en todo el resto de la Unión Europea, y eso nos ha acostumbrado a un confort antinatural en los espacios cerrados. Un confort o hasta frío. Cuando era estudiante, en la Biblioteca Central de la Universidad, en Cáceres, convenía llevar una rebequina o similar si se estudiaba para la recta final de los exámenes en junio. Si afuera se estaba a más de cuarenta, dentro estábamos a menos de veinte. Lo mismo en los autobuses, en las tiendas… Con eso, lo que se ha hecho es que los españoles, que vivimos en el país más caluroso de la Unión Europea, seamos los europeos menos resistentes al calor. Normal que entre los jóvenes mimados no haya casi ninguno que quiera trabajar en el campo, al aire libre pero no acondicionado.

Las palabras de Ayuso supongo que recibirán el apoyo de muchos comerciantes, que dicen que la gente no entrará a tomarse una caña o probarse ropa con 27 grados. También decían que la ley antitabaco los arruinaría, que los están arruinando ya y que no pueden más. El otro día, en una tienda de quesos, ante el comentario de una señora sobre la inflación, oí cómo el dueño se quejaba de que «no veo a nadie protestar en la calle». Por curiosidad, le pregunté a quién había que protestar y, exclamó, como algo obvio, que «al gobierno». En este país se espera que el gobierno lo pueda todo pero no se le agradece nada, y de hecho parece que queda mal y pelotero reconocerle algún mérito, aunque más bien indica cortedad de miras pensar que la inflación es su culpa, cuando está disparada en todos los países de Europa, disparada por los disparos de misiles y artillería en un país que parece que ya no interesa a casi nadie: Ucrania.

Y es que si al principio de la guerra muchos pedían que se dejara de comprar gas a Rusia, ahora la gente se ha caído del guindo y ha visto que somos más dependientes de los rusos que ellos de nosotros, y muchos rezan para que Putin no cierre el grifo del gas, como seguramente haga cuando más nos duela. Mientras, Macronrecibe con honores y sin pudor al príncipe de Arabia, culpable de haber ordenado el asesinato y descuartizamiento del periodista YamalJashogyi, para asegurarse el petróleo saudí y contentar a los quejicas que viven de espaldas a la realidad y aplicando como lema la frase de Luis XV, «después de mí, el diluvio».

* Escritor

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