Hace unos días entregué un libro a un niño preadolescente. La mirada que me devolvió fue como si aquel presente fuera un objeto fuera de su tiempo. Comenzó a querer pasar las páginas con el dedo como si se tratara de un e-book. Me sentí entonces un auténtico vejestorio inservible, un trasto incapaz de comprender los procesos de este mundo cambiante. Sin embargo, siempre he tenido una actitud positiva ante las nuevas tecnologías, con ganas de aprender a utilizarlas. Eso me convierte en un ‘viejennials’. Menos mal.

Los ‘viejennials’ es un guiño a ‘millennial’, la generación de jóvenes que se convirtió en adultos en el cambio de siglo, nacidos entre 1981 y 1997. Ellos son los primeros nativos digitales y las tecnologías de la comunicación son para ellos una extensión misma de sus deseos y apetencias. Si digo que he escrito artículos para este periódico en máquina de escribir muchos jóvenes alucinan. Sin embargo, las TIC han sido para mí una asignatura que me he empeñado en estudiar. Si se habla de resiliencia creo ser un buen ejemplo pues tuve que aprender a usar internet y todo su desarrollo tecnológico subsiguiente, como las redes sociales. He entendido que las innovaciones tecnológicas son una necesidad de la vida y no un reto, en un constante aprendizaje. Los ‘viejennials’ tenemos más de 50 años y hemos tenido que adaptarnos a estos nuevos vientos de veneración al algoritmo de Google y Youtube, siempre cambiante. Todo eso nos convierte en una buen ‘nicho de mercado’ para las marcas. Frente a nosotros está la infancia 6.0, niños nacidos ya en esta vorágine de interconexión total, que cabalga a lomos de 'tiktokers' y en la que desgraciadamente la información veraz y contrastada es cada día más difícil de distinguir de la que no lo es. Tiempo de 'fakes'. Seguimos en la brecha… digital.