El Periódico Extremadura

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Antonio Galván González

Desde el umbral

Antonio Galván González

Activismo

Siempre ha habido activistas a favor y en contra de incontables causas. En ocasiones, sus actos reivindicativos, de presión o dirigidos a la concienciación social han surtido un efecto objetivamente benéfico. Y, en otras ocasiones, han conseguido empeorar las circunstancias. Pero, de un tiempo a esta parte, la implicación real de esas personas con las causas que dicen defender es cada vez más dudosa. Desde que existe el escaparate de las redes sociales y los medios de comunicación tienen un alcance tan amplio, muchos de los activistas lo son únicamente porque así adoptan una postura que les permite mostrar una imagen pública que les resulta rentable en términos económicos y de popularidad. Pero, luego, a la hora de la verdad, si se escruta su comportamiento en el ámbito privado, se descubre que su actitud personal dista mucho de la que reclaman a los demás. Pensaba en ello a propósito de las performances que incontables activistas ponen en marcha para que dejemos de usar plásticos. Y lo hacía mientras contemplaba a dos personas que recogían plásticos en la orilla del mar el pasado mes de julio. Uno de ellos, lo hacía a plena luz del día. Y el otro, más discreto, ya de noche, cuando apenas había gente en una playa del sur de la península. Ambos llevaban una bolsa en la que introducían los componentes plásticos que iban encontrando al recorrer esa franja de arena húmeda en la que se funden el agua y la tierra a lo largo de la costa. La mayoría de los que estábamos en la playa esos días éramos personas cívicas, que dejábamos nuestra parcela en la arena en el mismo estado en que la encontrábamos cada mañana. Pero una minoría puede ensuciar mucho solo con sus propios residuos. Y, de entre las decenas de miles que andaríamos por allí, con que un mínimo porcentaje del total ensuciase algo, pues ya generaba bastante basura para afearlo y contaminarlo todo. Y, como digo, de entre todos los que estábamos allí, la mayoría limpiábamos lo nuestro, unos pocos ensuciaban lo de todos y solo un par de buenos samaritanos se dedicaban a recoger lo que otros habían arrojado. Ninguno de los dos lucía un pin de una organización ecologista, ni enarbolaba bandera de ningún partido político. Simplemente caminaban por la orilla recogiendo las guarrerías que los más cerdos del lugar habían arrojado. Hacían algo objetivamente bueno para la sociedad y el planeta. Y mientras ellos lo hacían, esos activistas que se golpean el pecho y pronuncian sermones desde un atril, probablemente, estarían buscando el foco para lucirse y asegurarse un magnífico tren de vida. Si una milésima parte de los que tanto hablan hiciesen algo en consonacia con lo que defienden, los problemas serían menores y las charlas menos soporíferas. Porque no cabe duda de que el mejor modo de hacer activismo -y, también, el más efectivo, creíble y práctico- es predicar con el ejemplo ante los atentos ojos de los demás. 

*Periodista

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