El Periódico Extremadura

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Mario Martín Gijón

Espectráculo

Mario Martín Gijón

Napoleón / Norio

En su brillante trayectoria, sus dos grandes errores fueron la invasión de Rusia y la de España. Su biografía muestra cuánto da sí una vida humana

Muy pocas personas, quizás ninguna en la época contemporánea, han marcado el imaginario colectivo como Napoleón Bonaparte. No en vano es de quien existen más biografías, solo por detrás de Jesucristo. Recuerdo que, de niño, leí una colección de biografías en cómic, y la que más me fascinó fue la del fulgurante corso. También que al director de mi instituto, José Antonio Jiménez (que había sido vicepresidente de la Junta con Ibarra, tarifó con este y fundó una escisión del PSOE, el SIEX, que volvió a refundirse hace unos años con Vara), los alumnos lo llamaban ‘el Napo’, por su parecido físico con el emperador francés, y no sé si por su carácter (a mí no me dio clase pero era, según dicen, un excelente profesor de matemáticas). 

Liberador para unos (por ejemplo los polacos), invasor y tirano para otros (los españoles sin ir más lejos), Napoleón suscitó ya en vida una ingente bibliografía, y todo lo relacionado con él se ha vuelto pieza de coleccionista. Y es que resulta increíble que todas sus acciones y escritos cupieran en apenas cincuenta años de vida, y quince de hegemonía. No extraña, por tanto, que su figura pueda ser adictiva, y es esa adicción la que trata, y a la vez fomenta, el libro El vicio de Napoleón, publicado por la editorial ovetense KRK, y escrito por T. S. Norio, seudónimo de Braulio García Ortega (Asturias, 1959), uno de esos escritores de culto y ocultos, que cuando uno los descubre no entiende que su obra no sea más conocida.

Más aún cuando, al sacar su nombre por casualidad hablando con David Eloy Rodríguez, poeta nacido en Cáceres y residente en Sevilla, y editor de Libros de la Herida, le oye decir que ‘Braulio es Dios’, y se entera de que esa editorial andaluza ha publicado libros como Río Tao o De la poesía, y uno los lee y queda deslumbrado por una escritura que maneja una erudición colosal sin que se note, con humor e ironía y haciéndola amena, para todos los públicos.

Así, este libro napoleónico, de 150 capítulos y más de 400 páginas, se hace corto, en un divertido vaivén que va entre los hechos históricos de Napoleón y sus «secundarios de lujo» (con sus mujeres y amantes, desde Josefina a María Walewska y sus más fieles comandantes, como los mariscales Ney, Murat o Soult) y los obsesionados con todo lo relativo a ‘Na’, como acaba llamándolo a veces para abreviar el autor, que se reconoce miembro de esa cofradía que abarca desde quien se arruina comprando parafernalia o visitando los cuatro mil enclaves napoleónicos repartidos por el mundo (desde Moscú a la Isla de Santa Elena) a quien, con la mano enfundada en la chaqueta, se cree el emperador encerrado en un psiquiátrico. Y es que, según Norio, Napoleón «es adictivo» pues «nunca tenemos bastantes datos sobre él y su mundo», una adicción que aunque pueda parecer de friqui, al final resulta contagiosa para cualquiera que lea este libro, pues el Tigre de Córcega «surgió y se extinguió en un instante de la historia, como un cometa refulgente y fugaz. No hay tiempos muertos en Napoleón».

En su brillante trayectoria, sus dos grandes errores fueron la invasión de Rusia y la de España. Si fue primero un liberador y luego un dictador o si el primero llevaba dentro al segundo, es imposible decidirlo. Su biografía muestra cuánto puede dar de sí una vida humana, y a la vez lo compleja que puede ser una personalidad, pues es imposible enunciar fallos unívocos sobre Napoleón, a quien aparte de que cambiara el mapa de Europa, «se le deben las cosas más inverosímiles», desde el Código Civil al sistema actual de numeración de las calles, con los números pares de un lado e impares de otro. Por eso, según Norio, «la bibliografía sobre la vida de Napoleón Bonaparte es una tarjeta-postal infinita, autofranqueada, del ser humano».

* Escritor

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