El Periódico Extremadura

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Mario Martín Gijón

Espectráculo

Mario Martín Gijón

Gorbachov

Representaba la mejor Rusia, la que no renegaba del comunismo porque creía que esa ideología era una forma de humanismo que aún podía cumplirse

Como si la historia quisiera cerrar definitivamente un capítulo de esperanza, cuando llevamos más de medio año de guerra enquistada en Ucrania, moría este pasado martes Mijaíl Gorbachov (1931 – 2022), el hombre que decidió poner fin a la Guerra Fría y democratizar el comunismo desde dentro, con la famosa perestroika. Una de sus últimas declaraciones fue, precisamente, el 26 de febrero, dos días después de la invasión ordenada por Putin, para pedir el cese de las hostilidades, afirmando en un comunicado a través de su fundación, que «en el mundo no hay y no puede haber nada más valioso que la vida humana». Esa convicción fue la que guió su proceder en los últimos años de la Unión Soviética, siempre como un hombre de paz y buenas intenciones, que no siempre fueron correspondidas por quienes siguieron tratando a Rusia como a un enemigo en potencia. 

Uno de mis recuerdos televisivos más antiguos es el de las confusas noticias sobre el fallido golpe de Estado en la URSS y también la extrañeza por aquella Comunidad de Estados Independientes que participó en Barcelona 92. El periodo de esperanza que se abrió con el fin de la Guerra Fría se amargó pronto para los rusos, que cayeron en un periodo de crisis económica donde la riqueza hasta entonces repartida fue arrebatada por algunos avispados pájaros o aves de rapiña que se hicieron millonarios, y mientras Europa abría sus puertas a los antiguos países satélites de Moscú, dejaba a los rusos abandonados a su suerte. Se repetía esa cruel necedad por la cual los alemanes republicanos de Weimar fueron estrangulados económicamente por los vencedores de la Primera Guerra Mundial, mientras que luego a Hitler se le permitió todo. Salvando las distancias, a la Rusia de Gorbachov y Yeltsin se le tomó el pelo haciéndoles disolver el Pacto de Varsovia pero manteniendo la OTAN, mientras que al autoritario Putin se le trató hasta hace unos meses con todos los honores. No extraña, aunque apene, que para muchos rusos la democracia se asocie con la debilidad e inseguridad. Y ahora se remata el despropósito restringiendo los visados a los rusos, cuando muchos de los que quieren venir son los que menos aguantan la atmósfera de la Rusia putiniana. A todo esto, nadie se planteó restringir los visados a los estadounidenses cuando Bush Jr. invadió ilegalmente Irak.

Gorbachov representaba la mejor Rusia, la que no renegaba del comunismo porque consideraba que esa ideología era una forma de humanismo que aún podía cumplirse. Con Gorbachov, los presos políticos salieron de las cárceles y se pudo hablar y publicar sobre el gulag y los crímenes del estalinismo. ¿El resultado? Que las repúblicas que habían vivido bajo el paraguas de Moscú se independizaron, que nacionalismos y fundamentalismos resurgieron desde Letonia a Chechenia y que, mientras Gorbachov era vitoreado en el extranjero, a su pueblo se le negaba cualquier apoyo en su nueva etapa. Ahora, con Putin, las cárceles han vuelto a llenarse de presos políticos (incluyendo a Navalni, a quien apoyaba Gorbachov) y Stalin es ensalzado en las escuelas como alguien que hizo grande a Rusia.

Lo queramos o no, españoles y rusos tenemos ciertos puntos en común. A ambos extremos de Europa, España se forjó rechazando a África (devolviendo a los árabes al otro lado del estrecho) y Rusia, rechazando a Asia (en guerra contra turcos y mongoles). Decía el cenizo de Jaime Gil de Biedma (pero lo decía por el franquismo) que «de todas las historias de la Historia, la más triste sin duda es la de España, porque termina mal». Eso más bien podría aplicarse a Rusia pero vale la pena, frente a quienes quieren identificar a ese país solo con Putin, recordar que hubo también una mano tendida, la de Gorbachov, que Occidente no quiso terminar de estrechar.

* Escritor

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