El Periódico Extremadura

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Antonio Galván González

desde el umbral

Antonio Galván González

Reparaciones

Cada vez usamos más cacharros, cachivaches, máquinas, artilugios, electrodomésticos y equipos tecnológicos en nuestro día a día. Y, conforme pasan los años, vamos comprobando que esos aparatos tienen una vida útil más reducida. Sabemos que existe la obsolescencia programada. Y, por ello, no nos asombramos al comprobar que lo artificial, lo robótico y lo tecnológico también caduca, se apaga o fenece. Pero, además, existe una percepción más o menos generalizada de que las cosas duraban más antes, de que tardaban mucho más tiempo en tener problemas de funcionamiento, en deteriorarse, en romperse o en dejar de funcionar. 

Ahora, los fallos se producen a las primeras de cambio. Y son los propios técnicos los que, habitualmente, animan a deshacerse de los artefactos para comprar unos nuevos, porque, según suelen comentar, la reparación cuesta casi lo que vale la compra de uno nuevo y a estrenar. En esos casos, cuando el técnico habla de ese modo, casi todos somos tan obedientes y bien mandados que acabamos optando por lo nuevo en lugar de por lo enmendado. 

Porque, entre otras cosas, pensamos en que si un técnico, que vive de arreglar lo defectuoso, aconseja la sustitución en lugar de la reparación, no lo hará porque sí, más aún cuando parece que tal recomendación atenta contra su modo de vida profesional. Y, como pensamos que nadie disfruta tirando piedras a su propio tejado, acabamos entrando por el aro consumista haciéndonos con nuevos productos cada vez más caros, aunque sepamos de antemano que pagamos por algo que tendrá ciclos de uso y vida útil cada vez menos extensos o prolongados. Hay que reconocer que es difícil no participar de esta dinámica. 

Un cierto conocimiento técnico sobre la materia ayuda a ello. Porque el saber, en esto también, es poder. Y porque ese conocimiento, aunque sea superficial, suele estimular la curiosidad, y anima a averiguar qué es lo que falla en el cachivache y si es viable el arreglo valiéndose de las propias manos y algún componente hoy fácilmente alcanzable a través del inmenso bazar de Internet. A los seres humanos nos encantan los retos, hasta cuando son autoimpuestos. Y en este ámbito es donde se crecen los manitas, que no dan ningún chisme por muerto hasta que lo descuajeringan, tornillo a tornillo, circuito a circuito y cable a cable, para comprobar si eso que falla tiene un arreglo posible y no demasiado difícil, ni caro, de realizar. La pena es que, socialmente, nos estamos acostumbrando a dar por irrealizable lo perfectamente factible, que cada vez hay menos profesionales dedicados a curar los males de las maquinarias y, sobre todo, que estamos perdiendo la curiosidad por desentrañar lo desconocido y renunciando a la capacidad de hacer con nuestras manos cosas distintas a sacar la tarjeta bancaria de la cartera para pasarla por el datáfono.

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