El Periódico Extremadura

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Jero Díaz Galán

lluvia fina

Jero Díaz Galán

Pequeña gran revolución

El velo es obligatorio en Irán a partir de los siete años de edad desde que triunfó la ‘involución’ de 1979

Si no puedo bailar, esta no es mi revolución», la famosa frase que se le atribuye a la escritora y anarquista Emma Goldman, se ha plasmado esta semana donde menos podíamos esperarlo, en el país de los ayatolás, después de que la «policía de la moral» fuese acusada de matar a golpes a una joven de 22 años, Mahsa Amini, por llevar mal puesto el velo y mostrar parte de su cabello.

El velo es obligatorio en Irán a partir de los siete años de edad desde que triunfó la que debería llamarse gran involución de 1979, cuando el ayatolá Jomeini impuso la ley islámica y creó una teocracia en la antigua Persia que despojó a los ciudadanos, sobre todo a las mujeres y niñas, de sus derechos y libertades más fundamentales.

Por lo visto, según ha contado la prensa estos días, en Irán las chicas jóvenes de las ciudades suelen llevar el velo algo suelto y dejan asomar algunos mechones, una osadía que les puede costar reprimendas públicas, arrestos y multas, cuando no latigazos o incluso la propia vida, como le ha ocurrido a Mahsa en una comisaría de Teherán.

En protesta por su muerte, ya durante el sepelio, decenas de mujeres decidieron mostrar en público su pelo, a pesar de las penas que pueden imponerles, en un acto desafiante y de gran valentía que provocó enfrentamientos con las fuerzas de seguridad.

La muerte, o más bien el asesinato de Masha, ha desatado la revolución de los cabellos. Las iraníes han decidido salir a la calle y hacerlo con la doble rebeldía que para ellas supone descubrir sus melenas y bailar en público, otro acto prohibido en ese universo de tristeza impuesto por los sumos sacerdotes de la ley islámica, de la sharía.

Desde occidente, nos puede parecer muy fácil protestar por nuestros derechos, aunque muchas veces no lo hacemos por simple comodidad. Nada que ver con el valor de estas mujeres que han quemado sus velos y han decidido bailar en las calles con las cabezas altas y las melenas al viento, hartas de tanta hiyab, de tanto recato, violencia y opresión.

«Los iraníes no olvidan a la joven del velo», titulaba hace unos días un periódico de tirada nacional, para dar cuenta de las protestas que se suceden por todo el país y que han sido fuertemente reprimidas, hasta tal punto de que organizaciones de derechos humanos acusan a la policía de abrir fuego contra manifestaciones en el Kurdistán iraní, de donde era originaria Mahsa Amini, y de matar a varias personas.

A ellas, especialmente, y también a los hombres que se han sumado a la movilización, el ser valientes, por desgracia, les puede salir muy caro y el ser cobardes les puede merecer mucho la pena, como canta Joaquín Sabina y como nos ocurriría a cualquiera en un régimen tan aterrador como el de la República Islámica de Irán.

Por ello, es necesario que el mundo condene sin descanso estos hechos y la Unión Europea y Estados Unidos aprovechen la negociación del acuerdo nuclear para forzar a Irán a poner fin a la sistemática persecución que sufren sus mujeres.

Por lo visto, según ha contado la prensa estos días, en Irán las chicas jóvenes de las ciudades suelen llevar el velo algo suelto y dejan asomar algunos mechones

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Si lo ayatolás quieren incentivos económicos a cambio de recortar drásticamente su programa nuclear, también tendrían que comprometerse con los derechos humanos, especialmente con los derechos de esas mujeres que estos días se han atrevido a mostrar en público sus cabellos, con todos los ovarios que hay que tener para ello, en un ejercicio de fuerza y valentía con el que arriesgan sus propias vidas.

No debe desaprovecharse el momento, son ya más de 40 años de una tiranía religiosa en Irán que golpea especialmente a mujeres y niñas, y tendríamos que ser capaces de movilizarnos en todo el mundo por ellas, especialmente en los países en los que no lo hacemos por simple comodidad.

Además, el arrojo de estas mujeres merece ser reavivado por el feminismo, con una especie de movimiento global similar al #MeToo, como apoyo a nuestras hermanas más ultrajadas y vulnerables. No deberíamos olvidarnos de ellas ni un solo minuto, como tampoco podemos hacerlo con las mujeres y niñas afganas, que por desgracia acaban de cumplir un año sin poder ir a la escuela por decisión de unos tiranos, que en este caso no se llaman ayatolás sino talibanes.

Siempre he pensado que el mundo desarrollado no puede conformarse con darle el Premio Nobel de la Paz a Malala Yousafzai y después no hacer nada más contra un régimen tan perverso que prohíbe a las niñas el acceso a la educación para meterlas luego debajo de un burka y que no tengan conciencia ni siquiera de su propia opresión.

*Periodista

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