Que Sánchez no iba a entregar las armas ya se sabía. No es Zapatero ni se le parece, siempre envuelto en la estrategia más que en la ideología. En su momento hizo virar al PSOE hacia Podemos e imponer lo que vino a llamarse el Sanchismo, una ruptura con lo anterior que aplacara la sangría de votos que se estaba yendo por la izquierda. Eso le hizo ganar las elecciones y formar el primer gobierno de coalición de la democracia con Podemos. Ahora que el ‘podemismo’ está en horas bajas y el bipartidismo cobra fuerza, toca regresar al PSOE de siempre; sentar las bases del partido ganador de antaño, aquel de Felipe González y Alfonso Guerra que trajo la modernidad a nuestro país. La prueba de ello ha sido el acto celebrado ayer en Sevilla, la conmemoración del 40 aniversario de la victoria del PSOE de 1982, un más que intencionado nexo de unión entre Felipismo y Sanchismo como palanca electoral donde se ha hecho ver, además, que Feijóo ha cambiado de talante radicalizando su discurso.
El líder del PP se ha vuelto a alinear con el sector más duro de su partido. Amparado en el compromiso del Gobierno de reducir las penas por sedición a los dirigentes independentistas catalanes, ha decidido romper toda clase de negociaciones y acuerdo para la renovación del poder judicial cuando éste ya estaba a punto de cerrarse. Así se había trasladado al menos desde el PP, separando la política de las obligaciones constitucionales que debe tener todo partido con responsabilidades de Estado. En el PSOE esto se ha criticado duramente como una vuelta al PP de Casado. Haber sucumbido de nuevo a las presiones internas de los sectores más conservadores del partido liderados por Isabel Díaz Ayuso.
La intención de Sánchez está clara: su propia supervivencia. Sabe que el PSOE de siempre es el puede ganar las elecciones en esta coyuntura y es consciente de que tiene que mejorar su imagen mermada por el PP hasta la saciedad. Para ello es la campaña de ‘el gobierno de la gente’ y para ello es también su encumbramiento como líder social capaz de entender la idiosincrasia de la España plural y hacerle frente a las adversidades que se presenten como la pandemia, la guerra de Ucrania o la inflación desmedida.
La intención de Sánchez está clara: su propia supervivencia en el PSOE y el Gobierno
No sé si el efecto Feijóo se va a desinflar cara a las elecciones autonómicas y municipales como vaticinan algunos analistas o se va a mantenerse aupando a cualquier candidatura. Tampoco puedo determinar si Sánchez va a ser capaz de revertir la mala reputación que le precede envolviéndose en el traje felipista de los ochenta que tan buen recuerdo tiene este país. Lo cierto es que las tendencias cada vez son más efímeras y lo que un mes está arriba, el siguiente puede caer sin más remedio. Por eso se dice siempre que una encuesta electoral o un estudio demoscópico es «la foto» del momento. Porque en quince días o un mes puede cambiar el panorama de forma radical. No digamos en unas elecciones autonómicas y municipales donde entran en juego factores como la cercanía del candidato o el alcalde de turno.
Desde hoy quedan seis meses y quince días para que empiece la campaña electoral en Extremadura. ¿Alguien se aventura a lanzar un pronóstico seguro? Salvo que uno sea militante activo de un partido y se tenga el discurso más que aprendido ya digo yo que no. La partida está tan abierta e influyen tantas circunstancias que cualquiera sabe. En 2011 parecía que iba a ganar Vara y fue Monago quien se llevó la victoria. Sin embargo, en 2015 pasó justo lo contrario: parecía que Monago iba a revalidar su resultado o incluso mejorarlo y Vara volvió en el último momento para robarle la cartera. Y en 2019 fue la cosa aún peor: parecía que Ciudadanos, en alza en toda España, y Vox, con la misma tendencia, iban a hacerle un descosido grave al PSOE y Vara se alzó con una mayoría absolutísima.
Así que, como siempre digo, ya veremos en qué acaba todo esto.