El Periódico Extremadura

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Víctor Bermúdez

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Víctor Bermúdez

Llenar de educación la España vaciada

Es necesario que las escuelas rurales se refuercen y aprovechen su singularidad educativa

Llenar de educación la España vaciada. María Artigas.

Hay un pueblo abandonado en Zamora que se vende por la mitad de lo que vale un piso en el centro de Madrid. No es el primero ni será el último. Los pueblos y campos del sur de Europa sufren un acelerado proceso de degradación que los condena al abandono, más aún si pensamos en la edad media de las personas que los mantienen todavía en pie.

Y no es que no se haga nada para revertir este proceso. Cientos de plataformas cívicas y algunas agrupaciones políticas hacen un esfuerzo ímprobo para presionar a las administraciones y devolverles a las zonas rurales parte de la relevancia demográfica, económica, social y cultural que han tenido durante generaciones. 

Muchas de ellas han acudido esta semana a Bruselas, invitados por la eurodiputada extremeña Mª Eugenia R. Palop y la portuguesa Marisa Matia (del grupo de la Izquierda europea), para tratar de las propuestas lanzadas por la Comisión Europea bajo el lema «Una visión a largo plazo para las zonas rurales». Entre estas propuestas las hay referidas a la supervivencia del sector primario, el desarrollo de las energías limpias y la mejora de los servicios públicos. Frente a ellas se ha sostenido la necesidad de aunar viabilidad y sostenibilidad, así como el mantenimiento de unos servicios públicos de calidad, entre ellos el de la educación. 

La educación es un elemento clave para que la sociedad tome conciencia y reaccione colectivamente en defensa de sus pueblos. Para esto es necesaria una formación que haga comprender la importancia del medio rural como parte de la lucha contra el cambio climático, que capacite para el aprovechamiento sostenible de los recursos rurales, y que transmita eficazmente los valores en que debe sustentarse el compromiso común con la cohesión social y territorial. 

Es cierto que todos estos objetivos están ya recogidos en las nuevas leyes educativas, según las cuales la educación ecosocial y contra el cambio climático, el desarrollo de las competencias emprendedora o digital, y la formación ético-cívica (sin olvidar el cuidado de las relaciones intergeneracionales) pasan a formar parte orgánica del currículo en la mayoría de los niveles, etapas y áreas de la educación no universitaria. Pero está claro que con esto no basta. 

Es imprescindible, en primer lugar, que los objetivos educativos y curriculares se refieran de forma más directa a los entornos rurales. Es verdad que en los nuevos planes de estudio el alumnado ha de vérselas con el reto demográfico, los desequilibrios regionales, la incidencia de la globalización en el ámbito local oel valor de los productos agroalimentarios de cercanía, entre otros muchos aspectos. ¡Hasta con los detalles de la Política Agraria Común han de lidiar los alumnos y alumnas del bachillerato! Pero estos contenidos habrían de entenderse desde una perspectiva más estructurada y sistemática. ¿Por qué no introducir un área o materia dirigida específicamente a la sostenibilidad del ámbito rural, especialmente en ciertas comunidades? 

Una educación innovadora y de calidad atraería a familias y docentes, asegurándoles un inmejorable nivel de vida

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En segundo lugar, resulta imprescindible el reforzamiento de las escuelas rurales. Ha llovido mucho desde aquellos tiempos en que, como narraba Josefina Aldecoa en «Historia de una maestra», los maestros dormían sobre la tarima de las desvencijadas escuelas municipales. Peroaún queda mucho por hacer. La escuela rural no solo ha de estar bien dotada, sino mejor dotada que las demás. Por mero sentido del equilibrio. Y al hablar de dotación no me refiero solo a becas, transporte o conectividad, sino fundamentalmente a la calidad de sus proyectos educativos y a la entrega de los profesionales que los llevan a cabo.

Un motivo principal para que la gente quiera vivir en los pueblos es la educación que reciban sus hijos. Por eso es necesario que las escuelas rurales refuercen y aprovechen su singularidad educativa, es decir: su proximidad e implicación socio-comunitaria, la diversidad de su alumnado, sus ratios bajas, el uso didáctico del entorno, así como una pedagogía activa y colaborativa que cae por su propio peso en aulas a menudo mixtas, con chicos y chicas de distinta edad y nivel … 

Una educación innovadora y de calidad atraería a familias y docentes, asegurándoles un inmejorable nivel de vida en aquello que más importa a muchos: la educación de sus hijos y alumnos. Si a esa escuela de excepcional calidadle unimos la mejora de los demás servicios (la conectividad, el transporte, los servicios de salud…) y un apoyo sólido y constante al aprovechamiento sostenible de los recursos, tendremos la fórmula perfecta para devolver la vida a nuestras zonas rurales. 

*Profesor de filosofía

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