Hace unos meses, el escritor suizo Jean-Louis Kuffer (Lausana, 1947), buen amigo y una de las personas que conozco que más ha leído y lee, me preguntó si conocía a un tal “Fernando Arramburu”, pues era el que representaba a España en un libro colectivo titulado Le Grand Tour, subtitulado “Autorretrato de Europa por sus escritores” y me confesaba que ese Arramburu no lo había convencido con su texto “muy anecdótico”, frente a otros “francamente notables”.
Aparte de servirme para comprobar que es imposible leerlo todo y que, por más que Aramburu haya vendido casi un millón de ejemplares de Patria en España, no es un autor de referencia en Europa (Kuffer en cambio conoce bien la obra de Muñoz Molina, Vila-Matas o Javier Marías), me picó la curiosidad y acabé por encargar ese libro, impulsado por el Ministerio de Cultura de Francia con motivo de la reciente presidencia europea de ese país, y coordinado por Olivier Guez, de quien en España se publicó en Tusquets su novela La desaparición de Josef Mengele.
El libro recoge 27 textos, uno por cada país de la Unión Europea, en el que cada escritor o escritora evoca un lugar que evoque la relación de su país con la idea e historia europeas. En su prefacio, breve pero agudo, Guez califica de absurda la manera en que desde los años cincuenta se ha ido construyendo “un edificio monumental” como el de la UE pero “olvidando de consolidar los cimientos”, lo que para él solo lo pueden hacer los lazos de convivencia que fomenta una cultura común. Como ejemplos, pone lo feas y siniestras que resultan las sedes de las instituciones europeas de Bruselas, Estrasburgoo Luxemburgo, o lo simplones que son los billetes de euros. Frente a esa desidia, que pone fácil la parodia de los “fríos tecnócratas” de Bruselas por parte de los populismos anti europeístas, este libro colectivo pretende poner “una pequeña piedra” en los cimientos de ese edificio, desde un punto de vista “curioso, humanista, apolítico”.
Los textos subsiguientes dan razón a los dos primeros adjetivos, no siempre al último. Las ventajas de vivir en un espacio democrático son más evidentes para quienes tienen la experiencia de otros sistemas. Así, Sofi Oksanen, escritora hija de finlandés y estonia, recuerda el buque que hacía el trayecto entre Helsinki y Tallin como símbolo de dos mundos muy distintos. El texto del chipriota Stavros Christodoulou nos pone frente a la tragedia de una mujer que pierde a su novio en la invasión turca de una parte de la isla, en 1974. Rusia para unos, Turquía para otros, como los dos grandes países cuyas dimensiones los han hecho, incluso en sus épocas más liberales, imposibles de integrar en Europa, algo a lo que siempre ha habido muchos en ambos lados interesados en impedirlo.
Lo resume bien el lituano Tomas Venclova, que nos describe las tres principales ciudades de su país (Vilna, Kaunas y Klaipeda), muy distintas entre sí, y las sitúa como ejemplo de lo que es Europa. Muchas veces se oye la queja de quienes piden que Europa hable con una sola voz pero como dice Venclova, mientras los regímenes autoritarios hablan con una sola voz porque oprimen a las demás, los países europeos no hablan al unísono pero por ello, cuando surge la armonía, es más valiosa, como ha sido el caso en la respuesta a la agresión rusa sobre Ucrania.
Entre los textos más bellos del libro está el de la búlgara Kapka Kassabova y su experiencia en unas termas antiquísimas, que han sido tracias, romanas, turcas, y hoy, decaídas y degradadas, son usadas como baño público por las mujeres del lugar. También el de la francesa Maylis de Kerangal, que visita la playa del desembarco de Normandía y evoca el Doggerland, territorio submarino que hasta la última glaciación unía la costa británica con el continente.
*Escritor