Opinión | una casa a las afueras

Irritación contra moderación

Qué bueno sería no aferrarnos al espejismo de que el enfado, la queja, la voz más alta que otra

La educación es curativa y sucede que a veces excava hoyos y cavernas bien profundas, se esconde bajo tierra para hacerse la despistada y no enzarzarse en debates estériles porque la educación es sobre todo elegancia no en el vestir sino en la suavidad de la voz -que es otra rama del estilo-, suavidad de proceder y de hábitos, suavidad política, en resumidas cuentas, suavidad en el comportamiento o si lo prefieren compostura.

La educación, mejor dicho, la buena educación es fineza y es delicadeza y aunque a veces se esconde bajo tierra para no dejar que estallen las palabras como fuegos artificiales, no deja de latir, suspirar y sufrir tal y como hace la máquina perfecta del corazón.

Estamos por desgracia tan acostumbrados a las crisis y groserías políticas que casi no sentimos el rubor y aborrecimiento que nos provoca el encadenamiento insufrible de actuaciones públicas por parte de los actuales legisladores. Acciones que contribuyen día tras día a la calcificación de nuestras vidas y ya se sabe que los seres calcificados son frágiles y se rompen con facilidad. 

Esta reflexión deriva de las desoladas diatribas políticas que vienen protagonizado los actores del drama político y parlamentario español y que esta semana se han recrudecido dejándonos la piel erizada de desafecto. Pero de nada vale dejarnos arrastrar por el enfado y la quemazón; sí, es cierto que la decepción con respecto a nuestros políticos se ha acomodado en el salón de nuestras casas y ninguno de ellos, a esta hora, parece estar en posesión de las generosas dosis de seducción y encantamiento como para derribar esa pared de pesadumbre donde Netflix se acurruca sin escrúpulos.

En cuanto al enfado, llegó a decir Emily Dickinson «se muere en cuanto se alimenta; dejarlo morir lo engorda», queriendo decir que el enfado no es el problema, es lo que hacemos con él. Hay que intentar que el enfado no nos invada como el moho a la fruta podrida, que no nos pudra las raíces acumulando negatividad y resentimiento. Qué bueno sería no aferrarnos al espejismo de que el enfado, la queja, la voz más alta que otra harán el milagro de desintegrar la ineptitud de nuestros gobernantes. Eso no va a pasar. Por el contrario, deberíamos más bien, entender a estas alturas que estos personajes son resistentes a toda manifestación popular contraria. 

Y… ¿por qué sucede esto? ¿Es irremediable? ¿Dónde está el límite?

Si algo hemos de imprimir como imán en la puerta de la nevera es que los problemas son mensajes, son regalos y esta semana hemos tenido la oportunidad de abrir muchos de estos regalos. Los problemas nos dan la oportunidad de aprender algo; si no aprendemos la primera vez, se nos da otra oportunidad, y luego otra, y otra. Se ve que como ciudadanos no hemos aprendido a elevar el mensaje de repudio con suficiente claridad. 

Tampoco es este mal momento para traer a colación a los sabios de Grecia; suele decirse que algunos pueblos tienen santos mientras los griegos tienen sabios; a ellos se les atribuye la creación de las “virtudes políticas”. Fueron los inventores de todo cuanto consolida el orden ciudadano; aplicaron todo su empeño y atención en los asuntos cívicos y el arte de la convivencia y el acuerdo, el debate amable y amistoso mediante la razón y el buen consejo. Destacaron especialmente por su gran habilidad para la técnica política gracias a la cual generaron una atmósfera de riqueza en la oratoria y sabiduría. Llevaron a cabo reformas sociales de largo alcance como en el caso de Solón, que estableció por primera vez un censo de la población, la ley que limitaba de forma considerable las prebendas de los políticos o la prohibición de la esclavitud. 

Buscaban con audacia la moderación, la verdad y la justicia. Tal vez es por esto que se considera a los poetas como los primeros maestros de la verdad. Léanlos.

* Periodista

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