Opinión | A la intemperie

La vida en el alambre

Esta vez, la raya de cal resultó más estrecha que un alambre

La vida en el alambre.

La vida en el alambre. / El Periódico

El gol de Japón, por ejemplo. Quién le iba a decir a ese alemán de Nördlingen o de Múnich, que su felicidad dependía de tan poco. Que de tan poco dependía tanto. Que, para sorpresa de todos, el balón se quedó dentro y Alemania fuera. Que Japón está donde nunca estuvo y Alemania donde no suele estar. Todo por una brizna verde y blanca en el ojo de halcón de una cámara despiadada. La vida en el alambre. Y es que, esta vez, la raya de cal resultó más estrecha que un alambre. O mucho más ancha, según la mira el halcón.

 De la justicia se habla mucho y, así entre nosotros, digamos que, en ocasiones, en muchas ocasiones, depende, no del vuelo de un halcón, sino del leve aleteo de una mariposa. El triunfo es, sin duda, caprichoso. No niego que el esfuerzo tenga algo que ver con su conquista, pero, a la postre, todo está en el aire, al final, el albur puede más. Pasan cosas que nadie puede prever. Ni ahora, ni antes. Y supongo que tampoco cuando todo lo controlen los algoritmos. En la quiniela de vivir siempre hay ocasión para un dos en casa del campeón.

A Claudio lo hicieron emperador sin otro mérito que estar en el lugar y el momento precisos; o sea, detrás de unas cortinas, escondido y medroso. Y hasta fue un buen emperador. Triunfó de carambola, de chiripa. En el billar le dicen chiripa a la jugada ganadora fruto del azar más que de la pericia. Chiripa. Potra. Chamba. Dicho bonito: fortuna. Dicho feo y malsonante: chorra. Y dicho aún más feo y, además, relamido: serendipia.

De chico, a fuerza de tebeos, todo parecía depender de un mal tiesto que resbalara de un alféizar. Malos tiestos se me han cruzado poco, pero fortunas truncadas por el canto de un duro las conozco a cientos. Opositores que perdieron su plaza por una mala bola y, también, que la ganaron porque les tocó la única bola que se habían metido entre pecho y espalda, porque tuvieron fe ciega en que, antes o después, habría de salirles la bola marcada. O no. Eso es todo. O no. La vida en un alambre. Un mal paso. Un mal sueño. Un parpadeo basta para sacarte de la calzada, para derramarte por la cuneta, para poner punto y final a la novela que con tanto esfuerzo estabas escribiendo. Y nos quedamos sin Nino Bravo en una mala curva del destino cuando solo tenía veintiocho años. Y a Emilio de Justo se le cruzó Francia tras casi veinte años de olvido. ¡Qué gran torero nos estaba robando el infortunio! El infortunio, que debe ser lo contrario a la fortuna que asoma por la otra esquina del ring... como cuando a Joe Frazier se le escapó el título de los pesados porque su preparador tiró la toalla un segundo antes de que la tirara Cassius Clay. Eso fue en Manila. ¿Se acuerdan? “Thrilla in Manila”. Exactamente eso debe ser el infortunio…

Un parpadeo basta para sacarte de la calzada, para derramarte por la cuneta

El caso es que los japoneses tuvieron suerte (y la voluntad de buscarla, claro está). Alemania hubo de contentarse con la voluntad a secas. Y España -con la voluntad más bien empanada- tuvo el santo de cara, porque cuando ya estaba eliminada acudió Alemania al rescate. Ayer Alemania nos rescató por segunda vez; si antes nos rescató en lo financiero, ayer nos rescató en lo deportivo. Por cierto, ese alemán de Nördlingen era “Torpedo” Gerd Müller y el de Múnich, Franz Benkenbauer, “el Káiser”, dos luminarias de mi niñez que aún permanecen encendidas en mí. Entre tebeos: ¡Gott mit uns! O mejor, ya que nos espera Marruecos, que Alá nos coja confesados. Porque aquí, en Murcia, la afición está muy dividida. ¿Quién nos lo iba a decir? Ver para creer. La vida en un alambre.

 *Abogado

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