Opinión | una casa a las afueras

Muñecas de Weimar

Haya o no vida más allá de la existencia estamos a tiempo de tocar la campana, de negarnos a morir en vida amortajados con los aceites del desencanto

No todas las campanillas suenan a navidad o rebaño de cabras. Veamos el caso de Weimar que pone los pelos pelín de punta. Allí se crearon unas «salas de espera» que… nada de din-din-dong sino de tolón-tolón. En la curiosidad anida el corazón de la Ciencia, es decir, en querer saber por qué el sol sale cada mañana e inspeccionar los cielos. Lo importante es abandonar la oscuridad. 

Ahora que va a nacer Jesús y suenan campanitas del Lugar por todas partes, convendría recordar la hilatura de este din-dong: nacimiento-muerte, una guirnalda no muy navideña pero que atraviesa de principio a fin nuestra existencia; sí,porque la muerte es inevitable, es el destino de todo ser humano, es irremediable. No es noticia que no hay vuelta atrás. 

Pero ¿qué pasó en Weimar? 

La vida y la muerte consiste en respirar y expirar; en la agregación y desagregación de los átomos, por tanto, el nacimiento y la muerte no son instantáneos son procesos. ¿En qué momento el alma escapa volando del cuerpo? ¿Puede ocurrir que un muerto no esté realmente muerto, que el paso de la vida a la muerte quede en suspenso? ¿Podría suceder que alguien a quien creemos perdido para siempre regrese de repente a la vida? Así al menos se cree que sucedió con Jesús de Nazaret. 

Din-din-dong. Alguien llama a la puerta.

¿Qué pasó en Weimar?

Todo el mundo sabe que la muerte se manifiesta en la falta de movimientos, de respiración y de latidos cardiacos; que la mirada se vuelve fija y vidriosa; el cuerpo pálido y frío, se endurece y vuelve rígido hasta sudescomposición. Tan sólo el esqueleto y los cabellos no son corruptibles y pueden permanecer por un largo período de tiempo como testimonio de que allí hubo vida.

La meticulosa observación de la enfermedad proviene ya de los egipcios. Aquello que nosotros llamamos Antigüedad estuvo sembrado de luminarias: la Casa de la Sabiduría de Bagdad fue un lugar de campanillas donde la gente se reunía para estudiar y aprender; los primeros rabinos imaginaban que el cuerpo resucitaría cuando el rocío de la resurrección «bañara la nuez de la columna vertebral», apunta el catedrático de Historia de la Medicina William Bynum.

Campana sobre campana. Tolón-Tolón. 

Ha sido llegar al capítulo de Weimar y sentir un aguijonazo en plena amígdala, es lo que pasa por estudiar el alma y sus eclipses, que recibes sacudidas del tamaño de esta historia sobre los estados fronterizos entre la vida y la muerte. 

Sucedió a orillas del río Ilm al pie de la montaña Ettersberg al norte del bosque de Turingia. Allí se encuentra Weimar cuyo nombre deriva del alto alemán antiguo y se traduce como sagrado mar o pantano. Corría la época en la que el interés por la anatomía en las academias de medicina disparó la práctica de la disección de cadáveres y Europa era invadida por un auténtico pavor a la llamada «muerte aparente» fenómeno conocido como miedo a ser enterrado vivo. De inmediato se crearon asociaciones humanitarias de socorro con el fin de reanimar a personas ahogadas, alcanzadas por un rayo o congeladas. Varias ciudades se dotaron de salas de espera en las que se conservaba a los muertos en espera de comprobar la irreversibilidad de la defunción. 

En Weimar se construyó un edificio dividido en dos salas separadas por una pared acristalada en una de las cuales había un experto en reanimación y en otra permanecía el cadáver con las muñecas atadas mediante hilos a unas campanillas para, al menor movimiento, alertar al guarda. Dinnnngggggg

Haya o no vida más allá de la existencia estamos a tiempo de tocar la campana, de negarnos a morir en vida amortajados con los aceites del desencanto. No teman pedir cita para hacer terapia del alma, vayan a curarse la gripe psicológica de esa tristeza que les aplasta contra el suelo cada mañana. ¡Muevan sus muñecas como en Weimar! 

* Periodista

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