Solemos decir que éste no es el mejor de los mundos… pero ¿es que acaso conocemos otro? Sí, el de las novelas y cien poemas de amor, el mundo que nos venden las agencias de viaje o el que sutilmente los filtros de Instagram nos inducen a habitar con un elevado coste de autoestima a la vuelta.
La tierra tiembla; hay cascadas imprevisibles de violencia; nos rodean convulsiones políticas; brotan los tiranos; acechan infiernos en todas las esquinas y en los hospitales, no tardando mucho alguna cama nos espera.
Sin duda es mucho mejor el observatorio que ofrece un árbol, pero la vida que nos rodea no es un bosque; tampoco nosotros somos el nomo que el seto espera, aún así debemos empeñarnos en ir a buscar al monte amores, poemas y canciones que suplan esta atmósfera sin encantos.
¿Por qué no ir a buscar un aire casi azul? Un cielo es posible en las manos si así lo decidimos, sentir su azulina frescura. Tantas cosas buenas son posibles: teñirnos el pelo de un color sentimental, amar nuestra salvaje soledad, crear en casa un taller de reparación de alas rotas o una fábrica de tiempo.
Siempre habrá un pájaro que cante más alto y más allá de nuestros miedos. Porque es verdad que los pájaros, después de la lluvia cantan mejor, distinto, extendiendo sus brazos sobre el brezo, sin tregua, elevándose y cayendo, persiguiendo torbellinos, enredándose en la hierba, en las breñas y zarzales.
Por encima de la actualidad y de esta navidad están las verdaderas causas de la alegría o la tristeza de cada quien, aleteando sobre el hormiguero de gente en los escaparates o en los almacenes deliberadamente atestados de cajas donde no cabe una frase más. Los libros del mundo viajan a esta hora en todas direcciones forrados, algunos, con papel antilluvia por si las olas de los mares cuando pasa un barco los moja con su espuma de estrella.
Todo se viste de navidad a falta de humanidad. Todo, menos el campo donde la vestimenta es de pureza y donde las hojas todavía cuelgan de sus ramas. El campo es ese lugar que lleva implícita la luz. Caminas por él como si bajo las raíces habitaran geniecillos de las profundidades trabajando sin descanso para Dios en la gran industria del perfume. Sus emanaciones superlativas llevan dentro ángeles y tan sólo descargan agua si hay un solo hombre dispuesto a la contemplación. El campo es la universidad donde aprendemos que los árboles para crecer necesitan estiércol, gran enseñanza para la vida; es un lugar donde el hombre que trabaja ese suelo, agrícola laboriosus, sabe que los días fríos llegan para encogerle el estómago y aumentarle la fatiga. A pesar de ello son hermanos de la roca. Por eso el campo es un lugar que… Como hoy día 24 de diciembre es también un lugar.
Para todos la Navidad ha sido antes o después un lugar diferente, con menos sombras y más especias
Todavía recuerdo cuando Navidad era un lugar que… bueno ya saben, un lugar que…
Para todos la Navidad ha sido antes o después un lugar diferente, con menos sombras y más especias; un lugar salpimentado de literatura culinaria, con soperas de porcelana formando nubes en la cocina. Aquellas navidades eran lugares que sonaban idéntico al bullicio de una papelería en la que no paran de envolver regalos con papel celofán.
En todo lo navideño hay una manera exagerada de sentir. Se ven las verdades de las viudas, -no es la marca de mazapán-, que a eso de las once de la mañana como Petras dolientes envueltas en la férrea tristura de su abrigo bajan al mercado con la lista de la compra de hace veinte años. Literalmente el carrito les viene grande, pero bien por ellas, ahí están frente al pescadero derribando los muros de su soledad salvaje. La Navidad es un lugar donde abundan los niños, donde se pone al dente la melancolía.
Una espera que llegue pronto la iluminación a este territorio.
* Periodista
