Opinión | Espectráculo

En otras lenguas

La mirada de la mayoría de los poetas españoles se guía por referentes nacionales: el poeta admirado o el crítico influyente

Cuenta Jorge Luis Borges que, cuando en 1919 llegó a Sevilla y conoció a los poetas ultraístas, “desconcertó a mi mente argentina el enterarme de que no sabían francés ni tenían sospecha alguna de que existiera algo llamado lias eteratura inglesa” pese a lo cual, con gran seguridad en sí mismos, “se habían propuesto renovar la literatura”. Las cosas han cambiado un siglo después pero, me da la impresión, no tanto, y la mirada de la mayoría de los poetas españoles se guía por referentes nacionales: el poeta admirado, o el crítico influyente cuyo favor hay que ganarse, según temperamentos.

Por eso asombran más los ejemplos de rara avis de poetas de nuestro país que no solo se han interesado por otras lenguas y literaturas, sino que se han integrado en ellas. Ya hablé en alguna ocasión de José F. A. Oliver (que desde hace poco preside el PEN Club de Alemania: un español presidiendo la asociación de escritores alemanes), y de casi la misma edad es Àxel Sanjosé (Barcelona, 1960). De padre catalán y madre bávara, marchó en 1978 a Múnich, donde se doctoró en Filología Alemana y, aparte de una gran labor de mediador cultural entre las literaturas catalana, española y alemana (traduciendo a Gimferrer, Espriu o Gamoneda, entre otros), comenzó su propia obra en alemán. Asimilando la densidad y nitidez líricas de Huchel o Celan, poemarios como Anaptyxis o Das fünfte Nichts, publicados en la exquisita editorial Rimbaud, combinan la alabanza amorosa, como en el poema “Reliquia” (“Tu rostro, una huella / más allá de la escritura”) con la mirada asombrada sobre el mundo cotidiano, con escenas en el tren de cercanías o de los distintos meses del año. En su obra más reciente, como en su “Fantasía de Königsberg”, sus versos se extienden hacia lo visionario.

De Miguel Ángel Real (Valladolid, 1965), residente en la Bretaña francesa desde 1991 y catedrático de lengua española en Quimper, hablé hace unos años, resaltando su inmensa labor como traductor (más de cien autores traducidos) e incluyéndolo entre los pocos poetas españoles que, como hicieran Juan Larrea o Jacinto-Luis Guereña, mantiene el francés y el castellano como lenguas de escritura. En este año que se acaba mostró esa admirable dualidad en dos poemarios, uno en cada lengua:Les Rébellions inútiles y Virtudes de la inercia. En este último, publicado por la editorial Lastura, nos ofrece una mirada de serenidad conquistada sobre la agitación inútil, en la conciencia de lo imperfecto y a la vez imprescindible de la palabra y en un frágil equilibrio en el escepticismo ante tantas acciones (como la manía de hacer fotografías que “terminan por suplantar nuestros recuerdos”) y el sentimientopor la amada, a la que declara que “la única creencia es tu piel” por lo que “qué me importa no entender el mundo”.

Aún más peculiar es el caso del extremeño Jorge Camacho Cordón (Zafra, 1966), uno de los poetas más reconocidos en esperanto y al que conocí gracias al cubano José Aníbal Campos, traductor del alemán, residente en Viena y lector curioso donde los haya. Tuve que decepcionarlo y confesarle que no sabía de la obra de este paisano, escrita en la lengua inventadapor el polaco Zamenhof, pero pronto me puse a ello. En su recopilación Quemadura (Vitruvio, 2020), hay poemas en esperanto y en castellano, con irónicos recuerdos de infancia como “jorgito perdido en badajoz” o del paisaje natal, esas “encinas de verde intenso / sobre un trigal verde claro” cernidas por “altos buitres soberanos”, en su poema “Extremadura”. Camacho nos demuestra que un poema escrito en esperanto, como el dedicado a la muerte de su madre, puede emocionarnos: “Vi kreis min. Mi sciis vin ciama, / konsterne bela (vide, ride, lipe), / humure bonhumora kaj, precipe / proksime kaj intime akompana”. 

*Escritor

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