Opinión | Arenas movedizas

Ángela Rodríguez, cuando la gracia pierde el nombre

La número dos de Igualdad trató de hacer un chiste con algo que no es en absoluto gracioso

Ángela Rodríguez.

Ángela Rodríguez. / Ricardo Rubio

Desde que Alfonso Guerra desapareció de la vida pública, la izquierda dejó de hacer chistes. Buenos chistes, al menos. Lo ha intentado en ocasiones, pero el listón estaba tan alto que se acababa perdiendo la gracia, cuando no haciendo el ridículo. Para qué. Era prácticamente imposible superarlo. Tras la ironía y el sarcasmo que envolvían los discursos del exvicepresidente del Gobierno subyacía una finísima inteligencia y una elocuencia indudable para la metáfora y la hipérbole. Había que ser Guerra para superar a Guerra en la oración afilada, el comentario mordaz y la frase con que mandaba a sus oponentes a esconder la cabeza. «Aznar debería tomarse un cubo de Viagra para estimularse un poco», vino a decir en 1998. Brillante. La izquierda cedió a Guerra ese espacio, donde era un maestro, y la mayoría de dirigentes que después trataron de imitarle fracasaron en el intento. La última en tirar de sarcasmo ha sido la secretaria de Estado de Igualdad y contra la Violencia de Género, Ángela Rodríguez (Pontevedra, 33 años), licenciada en Filosofía, de extracción podemita en Galicia y número dos de Irene Montero.

En un podcast en el que se hablaba de feminismo y en un escenario social muy sensible por la peor estadística de mujeres asesinadas por el machismo y con condenados por violación beneficiándose de la reducción de penas del «sí es sí», Rodríguez trató de refutar el discurso de la extrema derecha con esta presunta ironía: «De los creadores de ‘las personas van a ir al Registro a cambiarse de sexo todas las mañanas’ llega ‘los violadores a la calle’». A continuación se escucha alguna risa de las contertulias y otros comentarios «ad hoc». La chanza fue rápidamente condenada por los partidos de la oposición, pero también por el ala socialista del Gobierno, que exigió una disculpa que al final se produjo, no sin antes la inevitable argumentación de que su frase había sido manipulada, que viene a ser como si a Shakira le da por decir que su última canción se ha sacado de contexto.

Sus compañeros atribuyen este tipo de comentarios a la falta de filtro y a su carácter lenguaraz. Al margen de lo inconveniente del comentario, lo peor que le puede ocurrir a un político cuando trata de incluir en el discurso un elemento de distensión es la inoportunidad y la falta de originalidad. A fuerza de encontrárnoslo en Twitter, la fórmula «de los autores de», trufada en sus orígenes de pretendido humor inteligente, perdió la espontaneidad y, por tanto, la gracia. Es como contarle el chiste de Mistetas a un señor de 50. Lo ha oído miles de veces. Apenas se cuentan chistes porque los monologuistas y las redes sociales, los memes y la circulación vertiginosa de audios de Whatsapp han agotado el invento. Para un político, el chascarrillo es una operación de alto riesgo. Si lo suelta debe ser muy bueno e irrebatible. Pero si en 2023 se recurre a la temática de las cintas de Arévalo (cambio de sexo, violación) los resultados no pueden ser más extemporáneos, cuando se intenta empatizar con una idea: corre el peligro de equipararse a la chirigota de antaño. 

Esa falta de filtro se convierte a veces en queroseno sobre la hoguera

Ángela Rodríguez pertenece a esa camada de la política que accede a cargos públicos sin experiencia laboral y que para defender una causa tan legítima como la igualdad o los derechos LGTBI se abre el pecho para demostrar que está cargada de razones. «No me escribáis para intentar convencerme de que las personas LGTBI estamos equivocadas o somos culpables. No voy a dejar de ser bisexual ni de defender mis derechos», publicó en redes en julio de 2021, como si a heterosexuales y homosexuales les desautorizara su condición sexual para sostener una idea. 

Esa falta de filtro se convierte a veces en queroseno sobre la hoguera, como cuando hace semanas se despachó en un acto público con que «lo que más me cabrea del universo es los hombres de izquierdas», en relación a las críticas por parte de un sector del PSOE hacia la ley de «solo sí es sí». «Eh, amigo, date cuenta también qué era lo que estabas votando y cuánto de izquierda había ahí». O esta otra de 2015 en un grupo de Whatsapp, cuando se refirió como «puta coja» a la antigua secretaria general de Podemos en Galicia. Lejos de ser novedoso, las formas de Rodríguez se asemejan a la política de siempre, a la zafia y con aristas, a aquella de finales de los 70 y principios de los 80 que pide a gritos desengrasarse, tal como Alfonso Guerra acertó a definir a Margaret Thatcher: «En vez de desodorante, se echa 3 en 1». Superen eso.

*Periodista

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