Opinión | textamentos

Tribus

En mi libro El Diario Down (Tolstoievski, 2016) narré de manera descarnada, sin florituras ni excusas, el para mí traumático nacimiento de mi hijo primogénito Francisco, que vino al mundo –para mi sorpresa y de mi mujer– con síndrome de Down y una cardiopatía severa, pese a que todas las pruebas médicas durante el embarazo dictaminaron que no había el menor problema.

"El asunto es elegir una tribu que fomenta el amor u otra en la que prima el odio y la violencia

Narré más cosas en ese libro confesional: mi aturdimiento, mi impotencia, mi cobardía por no bajar a ver al niño al nido, donde recibía respiración asistida, pese a que las enfermeras me invitaron a ello. Era rechazo y miedo, un miedo visceral a acunar en mis brazos a un recién nacido, algo tan tierno, y además... con un síndrome. Como si la discapacidad lo convirtiera en un bebé diferente...

Sí, era el vil rechazo del padre. Pero al tercer día resucité con la ayuda de mi hermana Maite y mi sobrina Chantal, que acudieron al hospital –coincidía que estaban en Madrid– acompañados de una pareja amiga. Fue ver cómo todos cogían al niño, le daban mimos, le besaban, para que mi rechazo se esfumara por momentos... y para toda la vida. 

Dice un proverbio africano que para criar a un niño se necesita a toda la tribu. Qué cierto. El psicoanalista Erich Fromm nos explicó en su libro El arte de amar que amar, pese a la idea establecida de que es un sentimiento indomable que brota solo, es un arte que se enseña y se aprende. 

Se aprende a amar, y se aprende a odiar. La tribu familiar, como fue mi caso, me enseñó a amar a mi hijo, pero también hay tribus, como vemos día a día en las páginas de sucesos, que pueden enseñarte a violar a una chica, quemar a un anciano o hacer bullying a un alumno por ser gordito o tartamudo. 

«Ningún hombre es una isla», escribió el poeta John Donne. Todos, en fin, pertenecemos a una tribu. El asunto está entre elegir una tribu que fomenta el amor u otra en la que prima el odio y la violencia. 

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