El grado de bienestar de nuestra sociedad permite que se desplieguen preocupaciones inéditas por la ausencia de otras reales que, con más razón, lo fueron antaño. Esto tiene que ver un poco con aquello de que “cuando el diablo no tiene nada que hacer, mata moscas con el rabo”. Y es que, claro, ahora no hay que dedicar tanto tiempo a buscar un modo de sobrevivir, de obtener o conseguir lo más básico. Afortunadamente, en nuestros días, una inmensa mayoría tiene cubiertas esas necesidades esenciales, y, por ello, dispone de bastante tiempo para dedicarlo a lo accesorio, a elucubrar o a inventar problemas inexistentes. Esto ocurre en los hogares, lo sufren en las escuelas y, desde hace algún tiempo, se está extendiendo hasta influir sobre todos los ámbitos de nuestra existencia. Y en tal circunstancia puede encontrarse, muy probablemente, el origen de los padres helicóptero y quitanieves (hiperprotectores por naturaleza), los modelos de estado autoritarios en sus diferentes modalidades (con su paternalismo perdonavidas), la corrección política, la cancelación cultural y derivados como los mensajes en las plataformas audiovisuales advirtiendo de que tal o cual película contiene epítetos, vocablos o referencias que la propia plataforma rechaza o condena.
Y ahí mismo se podría encuadrar también esa tontuna que hemos conocido de que se van a revisar las obras del escritor Roald Dahl para eliminar referencias con las que un ente, un organismo o una asociación de agraviados por cualquier cosa pudiera llegar a decir que se ofende o traumatiza a según qué público. Afortunadamente, la editorial de los libros de Dahl en España (Santillana) ha comunicado su negativa a participar de esta moda censora que desvirtúa los textos originales y las obras del afamado y aclamado escritor británico. Y tal ha sido el revuelo que, este mismo viernes, se conocía la noticia de que la editora del Reino Unido que había promovido la reescritura de las obras ya ha recogido velas parcialmente anunciando que publicarán dos versiones de los textos (con y sin modificaciones) para que cada cual elija la que prefiera. Igual que los estados autoritarios y los padres sobreprotectores les niegan a los ciudadanos y a sus hijos la posibilidad de desarrollarse de un modo natural, encorsetándolos, acogotándolos y hurtándoles la posibilidad de un verdadero libre albedrío, demasiados comunicadores, editoras y plataformas audiovisuales, que tiznan todo con la ortodoxia biempensante del momento, acaban tratando a lectores y espectadores como auténticos imbéciles, como seres incapaces de discernir lo que es bueno o malo, aceptable o condenable, lo que está aún vigente o ya caducó, o lo que hay que enmarcar simplemente en el contexto en que se produjo. Si Matilda fuera un personaje real, y no solo uno de ficción, les enseñaría a todos ellos un par de lecciones, tal y como hizo con la señorita Trunchbull.
* Diplomado en Magisterio