Opinión | POR ABAJO

Las mujeres de mi vida

Mi tía Mapi tenía su tocador lleno de coloretes y barras de labios. Llevaba las uñas cortas y perfectamente pintadas. Era elegante siempre. Combinaba feminidad y resolución. Estaba enamorada de Gran Canaria y defendía el acento canarión de los periodistas en la tele. No comprendía por qué algunos disimulaban el seseo. «Con lo bonita que es nuestra forma de hablar», decía. Estudió su carrera siendo mayor, cuando su facultad abrió en la isla, y murió siendo rectora. Añoro nuestras conversaciones con gin tonic. Con ella podías ser una misma. 

De mi abuela canario alemana recuerdo su valentía. Fue de las primeras mujeres que se divorció de su marido y que educó, con bastante soledad y dificultad, a cuatro hijos. Dirigió un colegio, emprendió negocios, viajó por el mundo y fue profesora de bridge. Llevaba el pelo lila y también se pintaba los labios de rojo. Me criticaba por llevar vaqueros. Hoy valoro su bravura. Lo sola y cuestionada que debió sentirse en muchos momentos, pero lo fiel que fue a sus principios. Con ella no podías ser una misma, pero ella siempre fue quien deseó ser. 

Otra de mis tías tiene una perspectiva única para analizar emociones y resolver problemas. Es inesperada y no deja indiferente. Respetuosa con la tradición familiar, aglutina y da valor a todo el esfuerzo que han hecho nuestros antepasados. Es la voz que nos recuerda que estamos aquí porque muchos otros estuvieron antes que nosotros. Tiene que lidiar con múltiples contradicciones. Anhela orden y silencio, pero su hijo toca la batería en casa y su marido es un informático devoto de los cables. En sus pocos momentos libres, medita. O lo intenta. Mi otra tía es una chica yeyé. Cuando todas las féminas lucían largas melenas, ella se cortó el pelo y paseó por nuestro pueblo con botas hasta la rodilla. Hoy lleva pamelas, viaja sola y es incapaz de comer sin una copa de vino. Ha caminado hacia delante dejando a un lado todo aquello que frenaba su desarrollo. Tuvo que aprender a convivir con el deseo frustrado de no poder ser madre, a pesar de desearlo con intensidad. Nadie que no haya pasado por ello sabe lo que pesa ese vacío. 

Mi abuela. Hoy rondaría los 99 años. Estricta con muchos, pero jamás conmigo. Feminista de espíritu, pero convencional en sus formas. Nunca me hizo sentir que hacía algo incorrecto o que estaba en un lugar equivocado. Cuando la demencia le arrebató las convenciones surgió su sentido del humor, su flexibilidad, su libertad. La añoro cada día. Mi madre tiene una capacidad ilimitada para el asombro y el disfrute. Sabe ver la inmensidad de las cosas pequeñas. Es voluntariosa, un roble de coherencia y sabiduría. Mi madre es mi madre. Mi palabra de seguridad. Mi referente. Mi hermana es el mayor de los aprendizajes. La esencia de la bondad y la inteligencia no convencional. Describe las emociones con exactitud y es capaz de decirte que su corazón llora por dentro si no estás cerca. A su lado, todo es plenitud. Cuando nació mi hija sentí que ella era, en parte, la suma de todas estas mujeres maravillosas. El futuro. 

El pasado 8M, un periodista habló de la importancia de los referentes femeninos. Soy afortunada. Los míos son extraordinarios. H

*Periodista

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