Opinión | Macondo en el retrovisor

Harinas de otro costal

Creo que debemos separar el colegio de las elecciones y creencias personales

A todos nos gustaría pensar que la escuela es la segunda casa de nuestros hijos, pero a menudo se nos olvida que nuestra casa debe ser su primera escuela. Separar y saber diferenciar entre conocimientos y creencias, educación y modales es una asignatura pendiente para muchos que, sin duda, es el caldo de cultivo de polémicas como la de si es o no necesario dejar de celebrar el Día del Padre. 

El debate ha surgido por un hecho sucedido en Jerez de la Frontera (Cádiz), con motivo de la efeméride ayer domingo. Una profesora mandó un audio a los progenitores de los niños de su clase en el que les explicaba, candorosa ella, que para evitar que algún pequeño se sintiera de menos por no tener uno en su vida, iban a cambiar la ocasión por el ‘día de la persona especial’. Y no veas lo que ha dado de sí el tema, aunque pocos hayan aprovechado para profundizar en el conflicto real que plantea. 

En vez de tanto golpe de pecho y tanta salida de tono, lo mismo deberíamos analizar la base del asunto: y no es si hay que eliminar o no la celebración en sí, sino si es lícito hacerlo en las aulas. Hay un sector de esta sociedad nuestra que denuncia ‘adoctrinamiento’ y que se niega a que en los centros educativos se les enseñe a sus hijos según qué cosas, pero que luego quieren infligir a nivel colectivo ciertas creencias o tradiciones como únicas e imperativas. 

Capitaneados por Bertín Osborne, que últimamente se mete en todos los charcos, muchos se han sentido indignados e insultados por la propuesta, aunque algunos han sido más elegantes que otros, que se han tirado al barro a la hora de expresar su estupor. Y no es de recibo, porque las formas, por mucho que algunos se empeñen en demostrar lo contrario, son importantes y necesarias.

La docente jerezana para ellos es la ‘villana’ de esta historia, una «podemita» dicen, que «quiere eliminar la figura del hombre blanco y heterosexual en España» (tremendo). Y algunos no han dudado en pedir su ‘cabeza’. Pocos de ellos se han parado a pensar que, quizás, simplemente, tuvo la idea con la imagen presente de uno o más de sus alumnos que no tienen un padre al que llevarle el regalito que fueran a hacer en clase para ellos.  

Porque la realidad es que cada vez son más. Para ser exactos, uno de cada cuatro. Y es que, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), el 24% de las familias en nuestro país son monoparentales. Y, de ellas, el 81% son mujeres, como subrayan desde la Federación de Asociaciones de Madres Solteras (FAMS).

Cabe recordar, también, que para su ‘Ley de Familias’, el actual gobierno tiene catalogadas hasta 16 tipos, aunque algunas sean, todo hay que decirlo, un poco cuestionables, aunque sólo sea semánticamente: biparental, monomarental o monoparental, joven, LGTBI homomarental y homoparental, con mayores necesidades de apoyo a la crianza, múltiple, reconstituida, o inmigrante, entre otras. 

Se puede estar más o menos de acuerdo, pero lo que está claro es que el concepto como tal, ya no es exclusivo de las tradicionales y las vinculadas a las de origen matrimonial, como defienden los sectores menos progresistas de nuestros país, a quienes les encanta sentirse herederos y defensores exclusivos de principios y morales, cada vez más cuestionadas, y tantas veces hipócritas. 

Les ha faltado además tiempo para ‘politizar’ la anécdota. La señora Ayuso hizo cagando leches un ‘emotivo’ vídeo de felicitación, para enfatizar la figura del ‘padre’ y recordarnos, porque al parecer no lo tenemos claro, lo que ‘significa’. Sentando cátedra, como le gusta hacer a la ‘derechona’ más rancia de nuestro país. Hacer piña y campaña electoral, para ganarse el voto de todos esos «hombres y mujeres de verdad», que diría Alaska. 

Personalmente, soy partidaria de que cada uno llame familia a quien considere que forma parte de su núcleo cercano, incondicional y amado (sin que necesariamente haya lazos sanguíneos de por medio). Ese en el que los niños se sienten seguros, libres y queridos. Y no entiendo la necesidad de ‘diseccionarlo’ en celebraciones individuales, en las que etiquetemos a los diferentes miembros y El Corte Inglés haga caja.

Pero sobre todo, creo que debemos separar el colegio de las elecciones y creencias personales, porque los tiempos en los que a todos se nos presuponía ‘harina del mismo costal’, con todo lo que ello significa, han quedado atrás. Y ojalá que no vuelvan nunca.

*Periodista

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