Ha sido ésta una semana política en que se ha demostrado, una vez más, que el discurso se ha impuesto por completo sobre la gestión. Me quedo corto: sobre la realidad. Cuando desde una tribuna se pretenden blandir «datos», en realidad se suele presentar una versión sesgada, descontextualizada e interesada de los mismos. Con el mismo valor que una opinión. No tiene relevancia su relación con los hechos, basta con que sea (remotamente, al menos) creíble para los que van a comprar la mercancía con la pasión del convencido.
Ese entendimiento que maneja la clase política ofrece una curiosa perspectiva. Existe una máxima política: la memoria del votante es muy corta. Asesores y fontaneros varios deben creerla a rajatabla. Esto (lo que sea) también pasará. Cuestión de tener el mejor paraguas.
De otro modo, sería complicado explicar el furor de los políticos por intervenir en todo de tipo de inauguraciones o presentaciones de proyectos. Sin demasiado filtro. Hay una especie en la fauna política que se presta muy bien a su proyección esperpéntica: el político inaugurador. Todo un clásico. En Extremadura hemos vivido esta legislatura ejemplos especialmente sangrantes para el ciudadano, como la apertura del tramo alternativo de la carretera Cáceres-Badajoz. Un puñado de treinta cargos sonrientes, con su kit de obrero/ingeniero para la foto. Treinta personas para trescientos metros de un desvío. De un parche temporal. Se explica solo.
Mejor aún el fastuoso magno evento del estreno de la Alta velocidad. Ni era estreno ni era alta velocidad, pero nos inundaron con fotos y propaganda. Que después haya un mal funcionamiento continuo de la red (esta semana, vivido en carnes propias) que afecte a miles de personas o que la solución básica sea el típico post en redes echando la culpa al rival (¿de veras?) son minucias. Al final, esto también pasará.
La rentabilidad para el político es evidente. Las obras y los proyectos proponen una sensación de dinamización, de atracción de inversiones y de visibilidad política. Es decir, parece que trabajan. O se considera que esa es la imagen que dan. Estamos haciendo algo y así lo veis, que no es fácil que os enteréis.
Pero también otros dos factores se entrelazan en estos anuncios: la capitalización de la ilusión (en su doble vertiente de esperanza y de «autoengaño») y el tiempo de ejecución del proyecto. Usualmente supera el tiempo del cargo, con lo que cual el problema ya no será para quien ahora presenta. Sólo se apunta el tanto de la expectativa. Los proyectos, bazas ganadoras en período electoral.
Sólo que eso no es cierto. No debe ser. Uno puede imaginar que el descontento de Salvatierra no va a generar demasiados votantes en la zona para el PSOE. Ni los ceros euros para la gigafactoría de Navalmoral. O el tremendo laberinto jurídico de la continuada chapuza de la isla de Valdecañas.
¿Por qué entonces no se frena el afán inaugurador de los políticos? La medición es que en el inconsciente colectivo va a pesar más la impresión de» hacer cosas» que el de una inacción que se asocia, erróneamente, a tener menos proyectos «vendibles». Subyace la confianza de que el impacto de una mala ejecución o de un bluff sólo afectarán a la zona en cuestión. Una pérdida asumible.
Si ya una campaña es gravosa para el contribuyente, convertir una legislatura en una carrera de fondo por los votos es inasumible
Las encuestas de votos no deben desmentir esta creencia. Pero al anclaje a la publicidad no puede suponer que se anteponga a la gestión. Esto es especialmente diabólico para el coste de nuestras administraciones: la gestión en su mayor parte se centra en labores que pasan desapercibidas para el públicos, con un trabajo esencial pero no especialmente brillantes para los titulares. Por no hablar de las coordinación entre administraciones, una herramienta clave para ciudadanos y empresas pero de la que no vemos ni la tramoya.
La obligación de tener un argumentario para venta es la principal causa de que vemos comunidades autónomas y ayuntamientos se hayan entregado al desenfreno en la promulgación de normas y en la promoción de todo tipo de proyectos que se acerca en su esfera de influencia.
Si ya una campaña electoral es gravosa para el contribuyente, convertir una legislatura en una carrera de fondo por los votos es inasumible. Para los proyectos, las administraciones debían centrarse en el control de la legalidad en la agilidad en los plazos. El legislador, en crear las condiciones para una mayor inversión privada.
Lo demás, fanfarria. De la cara.
*Abogado, experto en finanzas