Opinión | Jueves sociales

Nucas

A veces me siento al fondo de la clase, en los exámenes o mientras analizan oraciones, redactan o comentan cualquier texto que enseguida corregiremos. 

Veo sus nucas inclinadas, sus hombros, sus espaldas, y me pregunto cuánto tiempo tardarán en encorvarse, en perder la forma, en adquirir ese aire de derrota que los adultos arrastramos. 

"Solo tengo que mirarlos, y creer, un año más, que su esperanza lleva parte de la mía

Por ahora van a comerse el mundo en cuanto salgan, y el verano se extiende interminable lleno de promesas y apuntes abandonados. Han trabajado para llegar hasta aquí, unos más que otros, seguro, y en nada, en cuanto toque el timbre, recogerán sus cosas (si es que no las tienen ya recogidas), su móvil (qué plaga) y los veré marcharse por el pasillo sin que vuelvan en septiembre. 

Volverán otros, con otras caras. Ya no serán ellos, serán alumnos a los que volver a poner nombre, aficiones, gustos, manías, arrebatos. A los que guiar, enseñar, y también aguantar a veces en las horas interminables del mediodía cuando Unamuno no parece la mejor opción y hasta Cortázar se vuelve denso y pesado. Ellos, los de ahora mismo, en septiembre estrenarán residencias, compartirán o no habitación con desconocidos y comprobarán que a poco que se despisten, el mundo se los comerá antes de que ellos hayan sacado la cuchara. 

Puede que pasados unos meses crean haberse equivocado, y algunos abandonarán, no para siempre. También es duro el camino fuera de casa, a pesar de la libertad, y es cansado cocinar los fines de semana y organizar el viaje, y a veces sentirse solo en mitad de tanta gente. Pero ahora no lo saben, solo esperan el timbre liberador que les permita levantar la nuca, erguir la espalda y salir a este mes de mayo que les promete ese verano con el que llevan soñando tanto tiempo. 

Y yo, que he oído ya tantos timbres, que he despedido ya a tantos alumnos, quisiera haber aprendido a dar clase, a ser justa, a llegar hasta ellos y bucear en ese abismo insondable de problemas familiares, económicos o de autoestima que algunos arrastran como un fardo. Tantos años creyendo que se aprende con la experiencia para acabar en que solo sé que no sé nada. Sigo dudando en las calificaciones, en los exámenes, en las clases. A lo mejor esa duda me mantiene aún viva, en pie, tratando de que no se me note, como al protagonista de Unamuno, que voy perdiendo la fe en cada cambio de ley educativa. 

Por eso, a veces, cuando me siento atrás, como ahora, trato de mantenerme erguida, de que los hombros no demuestren que llevan un peso que no es ligero.

Para ello, solo tengo que mirarlos, y creer, un año más, que su esperanza lleva parte de la mía, que su futuro también está hecho de mi pasado, y que incluso a sexta hora, algo les quedará de lo que han aprendido. Puede que la vida empiece pronto a pesar sobre su espalda, y que tarde o temprano su nuca pierda esa promesa de horizonte que late escondida ahora. Pero hasta que llegue ese momento, el verano es suyo, y el siguiente también, y el otro. Y aprenderán de otras fuentes, y beberán de otros ríos, y un día, como yo hoy, se darán cuenta de que no se sabe nada, solo que hay que mirar de frente a los principios cargados de promesas, pero mucho más a lo que creemos finales, y no son más incertidumbre. 

Suscríbete para seguir leyendo