Opinión | LE FUMOIR

Born in the USA

El ex presidente de Estados Unidos, Barack Obama‚ y su mujer, Michelle Obama, en Barcelona.

El ex presidente de Estados Unidos, Barack Obama‚ y su mujer, Michelle Obama, en Barcelona. / Jordi Otix

Se dice de los españoles que sufrimos de antiamericanismo. Desde el hundimiento del Maine al "OTAN no, bases fuera", pasando por la entente de Franco con Washington, coronada por aquella visita de "Ike" Eisenhower (que pronunciábamos "Ique") a Madrid en plena guerra fría, seguida del surrealista incidente de Palomares y del trauma que supuso ver a Fraga en "Meyba", por no hablar del "No a la guerra" de aquel convulso 2003, siempre nos ha gustado creernos reticentes al influjo del Tío Sam. Nada más alejado de la realidad. Mientras renegamos de nuestro casticismo, late en nosotros el espíritu berlanguiano de "Bienvenido Mr. Marshall", y nada nos pone más cachondos que los gringos se fijen en nosotros, y que un inquilino de la Casa Blanca, sobre todo si es demócrata, nos visite. Surge ahí nuestra proverbial hospitalidad árabe, que hace de nosotros los mejores anfitriones. Recuerdo aquella de Clinton para ver atardecer en la Alhambra desde el mirador de San Nicolás; la más reciente de Biden por la Cumbre de la OTAN, y la recientísima de un exPresidente, Barack Obama, a Barcelona, con motivo del último concierto de Bruce Springsteen, con el que sus seguidores catalanes y de otros muchos lugares de España, que son legión y religión, no han dejado de corear el "Born in the USA" desde hace casi cuarenta años. De esta última no ha quedado detalle por explorar. Hemos sabido en qué hotel se alojaron Barack y Michelle, lo que cenaron con Spielberg, los hemos visto pasear por la Rambla en loor de multitud bajo un magnífico sol de primavera, y hasta peregrinar a Montserrat, entre vítores. Sólo faltó el palco del Barça. ¡Y luego nos llamamos antiamericanos! ...Yo no lo soy. Prefiero haber crecido bajo el paraguas de los EEUU que bajo el de la URSS. Raro que es uno. Tampoco mitómano. Pero puedo entender la fascinación por el (todavía) hombre más poderoso del mundo. Un día conocí a Obama. Fue en la Cumbre del Clima de París, en 2015. En aquel hangar enorme de Le Bourget se intentaba evitar el Apocalipsis. Unos días antes, París había vivido el infierno dantesco de los atentados del 13-N. El ambiente era taciturno. Las cosas no iban bien. Las negociaciones estaban encalladas. Un grado y medio arriba y el mundo se iría al carajo. Se necesitaba un Mesías que viniera a salvarlas, una parusía contrarreloj que asegurara la supervivencia de la Humanidad. En aquel tiempo, Greta era todavía muy pequeña para tamaña redención. En los pasillos de la sala de conferencias se topaba uno con Jefes de Estado a los que sólo había visto en la tele o los periódicos, seguidos por una cohorte de asesores cargados de estrés, y precedidos por guardias de corps como armarios de cuatro lunas, de mandíbula prieta y pelo al cepillo. Abrían el paso a Putin, a Erdogan, a Trudeau o a Maduro. Mientras hablaba con un compañero en la sala de plenos, noté un cambio en la fuerza. Al levantar la vista, una dentadura perfecta parecía mirar hacia mí. A ambos lados de aquella sonrisa surgían dos orejas de soplillo. “Hi, I' m Barack Obama”, dijo con ese swag tan suyo, antes de extendernos la mano a todos los que allí fungíamos. Como si no supiéramos quién era el tipo. Como si necesitara presentación. En ese momento, todos le hubiéramos dado la cartera, el reloj o el WhatsApp de nuestra novia. Todos intentamos gestionar lo más dignamente posible ese fogonazo de carisma que nunca recibí de otros políticos que he podido conocer. “How are you, Mr. President?”, balbuceamos torpemente en nuestro mejor inglés presidencial de "House of Cards". Obama es una de esas personas que ocupan todo el espacio, como esas bombas que, al explotar, absorben el oxígeno que las circunda. Poco después, subió al estrado y soltó un discurso de los suyos, con la erudición de Harvard y el flow de Tupac, una homilía de las que te hacen pensar que el ser humano es extraordinario, el mundo un lugar de puta madre que hay que salvar, y el cambio climático, la última cabeza de puente de las playas de Normandía. Y se marchó, dejándonos a solas con nuestra conciencia. Y se llegó a un acuerdo. Y habitó entre nosotros. Born in the USA.