Opinión | una casa a las afueras

Historia de una bofetada

Apenas tengo en la mano un poema, cuando el viento se lo lleva

Por sí misma la belleza no es nada, no es nadie, apenas la hierba removida. Se equivoca quien piensa que es tarea de Dios la belleza. Este verso los escribí pensando que formaría parte de un poema ancho, largo como las catedrales del aire; en cambio se quedó ahí, en nada, aspirante a aforismo; una bofetada poética casi inapreciable como el caer de un pétalo. No es esta la bofetada en cuestión.

A veces una quiere hacer un soneto. Unos de esos poemas que se expande hacia el aire, hace piruetas y nos despeina. Versos como besos que se van y no vuelven; como el pico de un pájaro o la vida misma que se trunca y ya no es vida, es una nada temible que se asoma a las calles del corazón ignívomo. Tal que las Hurdes vomitando fuego. 

A veces se nos pone hasta la piel con un resplandor de horno como sucede con ciertas amistades amorosas. Un asunto del que sabía bien Aurore Dupin, la escritora de la levita, las cabalgadas a caballo y los cigarros. La misma que dijo. «tuve a Merimée anoche; no es gran cosa…» 

Inmensa la Dudevant: independiente desde los diecisiete años, dueña de tierras, creadora del libre paraíso de su adolescencia; que amó a Musset, a Liszt, a Chopin y a tantos otros. Una amazona del Berry que sufrió malos tratos por parte de su marido Casimir. Una escena grave tuvo lugar el 19 de octubre de 1835 y causó la ruptura matrimonial.

Veamos cómo se narró por entonces la historia: después de la cena, mientras la familia y los amigos tomaban café en el salón, su hijo Maurice pidió más crema. «No hay más -respondió Casimir- sal y vete a la cocina». El niño se refugió al lado de su madre. Siguió un altercado en el que Aurore se mantuvo serena y Casimir excitado. Entonces ordenó a su mujer salir del salón. Ella respondió que estaba en su casa. «Eso es lo que vamos a ver- dijo él, ya que estaban en proceso de separación-. Sal de aquí o te abofeteo». Loco de rabia, Casimir se dirigió hacia el armario en el que estaban las armas gritando: «¡Acabemos de una vez!».

Los amigos presentes, que solían ser en aquella casa una multitud, Dutheil, Papet, Fleury, Rozane y Alphonse Bourgoing, se interpusieron y le arrancaron el fusil de las manos.

La misma Aurore días más tarde contó la historia de una manera cómica y campesina a otro de sus amigos: «al barón se le ocurrió la peregrina idea de pegarme; mis amigos no quisieron. Y he aquí que el barón Casimir fue a buscar su fusil para matar a todo el mundo, pero he aquí que todo el mundo no quería que lo matasen. Entonces el barón dijo: «Ya basta» y se puso a beber».

Visto así da una perspectiva de frialdad por parte de ella. La George Sand que todos conocemos y amamos más después de leer sus diarios irrepetibles. Pero George Sand sufrió lo indecible. Tal vez la diferencia está en la forma que tenía de contar sus desdichas. Aquél lamentable capítulo de la bofetada lo zanjó diciendo que estaba harta y aburrida de ser arrojada de su casa todos los años «a sombrerazos, mientras las busconas del pueblotraen pulgas a mi hogar. ¡Basta ya de eso! he ido a buscar al gran juez y le he dicho: aquí estoy». 

Dicen que todo artista es un comediante sublime que necesita ir más allá de las emociones vulgares de manera que su pensamiento se transforme en materia de libro, en poema largo, rico, extraño… Creía más en la cordura y el amor que en la violencia, se las apañaba para que su amor remontara el vuelo; para ir de esperanza en esperanza, como la poesía.

Apenas tengo en la mano un poema, cuando el viento se lo lleva. 

* Periodista

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