Opinión | Macondo en el retrovisor

De móviles y avestruces

Raramente nos paramos a pensar en las causas y las consecuencias que conllevan

Hoy en día los niños más que con un pan, pareciera que vinieran al mundo con un móvil bajo el brazo. Aprenden a usarlo y manipularlo antes que a hablar o andar, y en muchos casos, su desarrollo está claramente marcado por el dispositivo. No es de extrañar que cuando son adolescentes su mundo gire, literalmente, en torno a ellos.

Así que, como animales de costumbres que somos, tenemos asimilado como ‘normal’, y si acaso sirve de broma o chascarrillo, el hecho de que los ‘smartphone’ se hayan convertido en casi una ‘extensión’ más en el cuerpo de nuestros chavales. Y raramente nos paramos a pensar en las causas y las consecuencias que conlleva, hasta que nos damos de bruces con alguna sorpresa desagradable. En la última entrega de los premios Bafta, mi admirada Kate Winslet nos recordó lo peligroso que puede ser para nuestros hijos vivir como «rehenes de la Red». Comprometida y valiente, la actriz británica, que recogía un galardón por su trabajo en ‘I am Ruth,‘ advertía de los contenidos dañinos de Internet y las Redes Sociales.

Su papel de madre de una adolescente (interpretada por su propia hija), que vive ‘enganchada’ a su teléfono y las consecuencias que eso tiene para ella y su familia, ponen en la palestra una realidad con la que no es nada difícil identificarse de un modo u otro. ¿Pero hasta qué punto somos conscientes de las repercusiones de esa adicción o dependencia en la salud mental de un adolescente? Un vistazo rápido a los datos disponibles en cualquier buscador dibuja un panorama impactante y significativo, que sin embargo, no parece alarmar a nadie.  

Más de la mitad de los jóvenes españoles confiesa que lo primero que hace al despertar y lo último antes de dormir es mirar el teléfono. Un alto porcentaje de ellos admite pasar entre cuatro o cinco horas al día frente a la pantalla, no apagarlo nunca y sufrir cierta ‘ansiedad’, si no tiene datos o conexión a internet. 

Lo de estar separado de ‘él’ es algo impensable para algunos. Y, de hecho, existe un término para denominar el «miedo irracional a estar sin teléfono móvil»: ‘nomofobia’, que viene de la traducción literal del término en inglés: ‘monophobia’ (no mobile phone phobia), que lleva circulando desde 2009.  

Los expertos y diversos estudios nos alertan desde hace años sobre el uso problemático o compulsivo del móvil que hacen muchos adolescentes y nos advierten de que supone un alto grado de interferencia en su vida y su estabilidad mental y de que repercute negativamente en la convivencia familiar. Pero de alguna manera, la mayoría de los padres escuchan estos informes como ecos lejanos. ‘Ruido’ que se mezcla con los otros titulares del día y que afecta a los hijos de otros, no a los suyos. 

Están absolutamente seguros de que ellos: no forman parte de ese porcentaje, cada vez mayor, que sufre algún tipo de ‘grooming’ (acoso y/o abuso sexual online); no les afecta para nada a la autoestima ni al sentido de la realidad la exposición y el impacto de los ‘influencers’; no consumen pornografía ninguna; y por supuesto, no ejercen ni activa, ni pasivamente, ningún tipo de ‘bullying’.

Está en nuestras manos decidir no comprar a un menor un teléfono a una edad demasiado temprana

Como las avestruces, la mayoría deciden negar la mayor y esconder la cabeza en el hoyo de la ignorancia, porque les da miedo, pavor, indagar en la realidad que se esconde detrás de esa pantalla que ilumina constantemente los ojos de sus retoños, hasta apagarlos y apartarlos de ellos irremediablemente. 

Kate Winslet apeló en su discurso a quiénes tienen «poder para hacer cambios», para que «penalicen contenidos dañinos». Yo creo que lo primero que deberíamos modificar como sociedad es nuestra propia actitud. 

Está en nuestras manos decidir no ser un ‘borrego’ más y no comprar a un menor un teléfono a una edad demasiado temprana, sólo «porque lo tienen todos». Es potestad nuestra limitar su uso o prohibirlo en la mesa o en las reuniones familiares. Es nuestra responsabilidad vigilar y controlar los contenidos y las aplicaciones, los contactos y hasta los mensajes, en según qué circunstancias. 

Pero, sobre todo, debemos predicar con el ejemplo, porque nos guste más o menos, ellos son un reflejo de nosotros mismos. Pensémoslo dos veces antes de darles el teléfono para que se ‘entretengan’. Seamos muy cuidadosos al compartir sus imágenes y exponerlos en la Red. E intentemos limitar el tiempo que pasamos frente a nuestros dispositivos. Los grandes cambios comienzan con la aceptación de ser parte del problema. 

* La autora es periodista

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