Me temo que las elecciones que se celebrarán a lo largo del día de mañana auparán a más de uno y a más de dos al poder sin haber hecho méritos para ello, sin haber demostrado capacidad alguna para el servicio público y sin apenas haber puesto de manifiesto dotes para nada salvo para trepar.
La clase política española va degradándose comicio tras comicio. Y la preparación, la experiencia y la capacitación están cada día menos valoradas. El totum revolutum de partidos que se presentan y la posibilidad de ser decisivas en la conformación de mayorías con que se topan formaciones no mayoritarias abre espacio en los gobiernos para gentes que nunca han gestionado nada, que no pueden presentar ningún aval profesional y que se encuentran con un medio de vida para cuatro años del que carecían, simplemente por golpearse el pecho fuertemente y emitir alaridos pregonando lo buenos que son los suyos y lo maléficos que resultarían sus oponentes si alcanzaran el poder.
El crecimiento del abanico de opciones políticas que se sitúan en el escaparate electoral disgrega el voto y fragmenta la representatividad hasta meteorizarla. Y de esto se benefician unos cuantos que aprovechan la carambola que el destino les sirve en bandeja. Abundan desde hace ya muchos años los pactos de perdedores. Pero antes solo se beneficiaban de esta fórmula los partidos políticos de la izquierda. Ahora, la derecha tiene otras opciones para sumar aunque pierda. Y hay una parte de la izquierda a la que eso le molesta, porque se había acostumbrado a beneficiarse en exclusiva de las sopas de letras postelectorales. Más de una vez, el Partido Popular ha propuesto al Partido Socialista que se permita gobernar siempre a la lista más votada. Sin embargo, el PSOE no ha otorgado nunca.
Quizá después de las próximas elecciones municipales y autonómicas el panorama cambie tanto que quienes se negaban a valorar esa opción la propongan como solución salomónica. Y quizá los que antes la defendían dejen de hacerlo porque los nuevos vientos favorezcan las sumas de siglas diestras como opción factible de gobierno. El caso es que se van a armar gobiernos que alcanzarán la suma de la mayoría absoluta de pura chamba. Y las negociaciones, que comenzarán pocas horas después de recontar los votos, van a dejar a los comerciantes de los mercados persas retratados como aficionados al lado de un montón de políticos ávidos de poder. Está claro que cada uno luchará por lo suyo. Pero, entre tanta disputa personalista y partitocrática, ¿alguien pensará, verdaderamente, en lo que será mejor para la ciudadanía y en lo que facilitará una gobernabilidad sólida y sin sobresaltos? Me gustaría creer que alguien lo hará. Pero me resulta francamente difícil hacerlo al examinar la realidad. El panorama es tan desolador que no hay apenas espacio para la esperanza.