Opinión | Comunidad Valenciana

Juan R. Gil

"Y, además, era imposible", por Juan R. Gil

La victoria del PP en la Comunidad Valenciana, aunque tendrá que pactar con Vox para investir a Mazón presidente, es apabullante | Los populares han conseguido todos sus objetivos mientras la izquierda pierde prácticamente todos los resortes de poder

Ximo Puig tras su comparecencia en la sede del PSPV.

Ximo Puig tras su comparecencia en la sede del PSPV. / FERNANDO BUSTAMANTE

El PP recuperó ayer, ocho años después de salir de él, el gobierno de la Generalitat Valenciana. Carlos Mazón será el séptimo presidente del Consell desde que en 1983 se celebraron las primeras elecciones tras la recuperación de la democracia, el cuarto dirigente de la derecha que se ponga al frente de la autonomía y el segundo alicantino que ocupe el Palau. Sustituye en el cargo al socialista Ximo Puig, sin duda el líder político que ha tenido que enfrentar desafíos más formidables durante su mandato (los coletazos de la Gran Recesión, la DANA, la pandemia del COVID, la guerra de Ucrania, la inflación…) y, para muchos también, el que seguramente se ha ganado mayor respeto y mejor valoración por parte de los ciudadanos durante su ejecutoria. Y, sin embargo, ha perdido. ¿Por qué? Porque, como dijo el torero Rafael Guerra, lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. La derecha ha recuperado su electorado y reducido su división, de tres partidos a dos. Más aún: los resultados de Mazón, apretado desde la extrema derecha por Vox, sólo se explican si se da por bueno que también ha recibido alguna transferencia de voto de electores socialistas. Enfrente, la izquierda no sólo ha sido incapaz de aprovechar sus ocho años en el poder para ampliar su espacio político, sino que ha ido sumando desafectos que este 28M se han quedado en casa con el mismo empeño que ha puesto en hacer alarde de su fragmentación y dar diariamente el parte de sus enfrentamientos.

El Partido Socialista, que llegó a la presidencia hace ocho años habiendo quedado por debajo en votos y diputados del PP, gracias al crecimiento de Compromís y la irrupción con fuerza de Podemos en las instituciones, no ha sido capaz de mantener la primacía política que sí obtuvo en 2019 ni de crecer ahora lo suficiente para compensar el desplome de sus socios. Por el contrario, el PP ha repescado prácticamente la totalidad de los electores y los escaños que se le escaparon en anteriores convocatorias a Ciudadanos, que como estaba previsto desaparece del escenario político. Y la ultraderecha representada por Vox crece, aunque no tanto como algunos sondeos le auguraban.

El PP ha conseguido en esta campaña todos los objetivos que se proponía: movilizar a sus bases, recuperar el voto moderado de Ciudadanos, quedarse al margen del debate sobre cómo gobernará con Vox y si tiene alguna línea roja frente al populismo iliberal y convertir estas elecciones en unas primarias de las legislativas que se celebrarán en diciembre. Los ciudadanos que han votado a Mazón lo han hecho considerando que no representaba nada distinto a Feijóo, sino que como el propio Mazón proclamaba votarle a él era la condición indispensable para «echar» luego a Sánchez. Aun quedando en las Corts lejos de la mayoría absoluta, la victoria del PP, con Mazón a la cabeza, es apabullante: no sólo gobernará la Generalitat, sino también las tres capitales de provincia y las tres diputaciones, arrebatándole al PSOE Castellón y una plaza tan simbólica como Elche, y a la izquierda, en este caso encabezada por Compromís, la joya de la corona municipal de esta Comunidad: la ciudad de València. Hace tiempo que me permití jugar en estas páginas con la chanza de llamar, a la candidata popular a la Alcaldía de València, Rita Catalá. La broma ya es una realidad. Las cinco ciudades más pobladas de la Comunidad volverán a estar, como en los mejores tiempos de los populares, en manos de alcaldes del PP.

El PSOE, por el contrario, no ha conseguido ninguno. Ganó las elecciones de 2019 y sale derrotado de estas. Pierde los principales resortes del poder que tenía: la presidencia de la Generalitat, los ayuntamientos de Castellón y Elche, las diputaciones de València y Castellón… Lejos de poner en cuestión la primacía del PP en Alicante, Barcala roza la mayoría absoluta. Se pretendía una campaña centrada en la figura de Ximo Puig y la gestión del Botánico (el pacto de gobierno suscrito por los socialistas con Compromís y Unidas Podemos) y todo ha salido al revés: la carrera a las urnas ha estado permanentemente marcada, en su recta final y decisiva, por los asuntos nacionales: los exterroristas de ETA en las listas de Bildu, los votos por correo fraudulentos… Pero los clavos en la cruz de Puig los empezó a martillear Sánchez mucho antes: con el recorte del trasvase, con la discriminación presupuestaria, con la selección de las agencias especiales; en definitiva, con la marginación política de la Comunidad en Madrid y el desdén con el que sistemáticamente han tratado al Palau desde la Moncloa. Nada ha sumado, todo ha restado. Sánchez ha sido una losa. Y sus socios (la ley del sí es sí es lo más evidente, pero ni mucho menos lo único), una piedra atada al cuello.

Pero tampoco los socialistas valencianos, ni el propio Ximo Puig, están exentos de culpa. Puig ha logrado en condiciones muy difíciles por todo lo antedicho que el PSOE suba, aunque es evidente que no lo suficiente. Pero ha pagado el desapego del partido que ha practicado durante su presidencia y, como consecuencia de ello, la falta de decisiones para resolver los problemas a tiempo se han convertido a última hora en un bumerán. Alicante es un ejemplo de eso: situar a la exconsellera de Sanidad como candidata a la Alcaldía no ha sido, a la postre, otra cosa que intentar arreglar el partido transfiriéndole la responsabilidad a los electores que, lógicamente, han respondido con un sonoro arreglen ustedes sus problemas y luego nos buscan. La misma campaña es otro ejemplo en negativo: los socialistas han estado mareándose ellos y mareando a los ciudadanos, no con una, sino con cuatro o cinco estrategias a la vez, desconectadas entre sí: la campaña de Puig, por un lado. La del partido, con sus secretarios provinciales, por otro. La de los alcaldes, en tercer lugar. La de las plataformas de apoyo a Puig, en cuarto. Los socialistas han pedido a los ciudadanos en la Comunidad Valenciana muchos actos de fe: distinguir entre Puig y Sánchez. Entre los socios de Sánchez y los de Puig, aunque fueran los mismos. Entre las políticas regionales y las nacionales… Y los ciudadanos están para que les den soluciones, no para resolver sudokus.

La izquierda tendrá que revisar todos sus presupuestos tras este 28M. Pero sobre todo, la pretendida «izquierda a la izquierda de la izquierda». Desde que llegó al gobierno, en 2015, Compromís ha contado sus comparecencias electorales en términos de resta. Ningún avance, todo retroceso: cada convocatoria peor que la anterior. Sigue siendo una opción relevante, pero ha dejado de ser determinante por culpa, sobre todo, de sus propios errores. Pensar que podía aguantar el tirón de una legislatura en la que su dirigente más carismática, Mónica Oltra, tuvo que abandonar la vicepresidencia de la Generalitat por la puerta de atrás; en la que fue despedida otra de sus líderes «históricas», Mireia Mollà; en la que hasta última hora menoscabaron a la única persona que se atrevió a dar el paso adelante cuando nadie lo hacía, Aitana Mas; y en la que, entre todas las posibilidades, la «burbuja» valenciana impuso con fórceps la del candidato que más cerraba la coalición, en vez de abrirla a nuevos horizontes; soportar todo eso y lograr un buen resultado, decía, era un espejismo y como tal se ha confirmado.

Como se han confirmado finalmente los peores augurios para Podemos, que desaparece (como Ciudadanos, las dos fuerzas que protagonizaron el asalto al bipartidismo) de la escena política, igualmente víctima de sus gruesas anteojeras. Podemos no ha hecho ni política ni gestión en la Comunidad Valenciana, mera delegación, en el mejor de los casos, de Madrid y de los caprichos de Pablo Iglesias. Al final, entre unos y otros, Compromís y Podemos, han acabado expulsando apoyos, antes que reclutándolos. El «numerito» de Yolanda Díaz, acudiendo a dos mítines de fuerzas que se presentaban, no sólo separadas sino enfrentadas, únicamente ha servido para demostrar empíricamente que Sumar, tal como se ha presentado, no es argamasa sino disolvente.

La izquierda tomó el gobierno de una Comunidad Valenciana en 2015 sumida en la depresión y los escándalos de corrupción, con más de un centenar de altos cargos del PP sometidos a procesos judiciales y tres expresidentes de la Generalitat, nada menos, abocados al banquillo. Deja una Comunidad limpia y recuperada en su solvencia y en su dignidad democráticas, y ese es su mayor logro. A partir de aquí, empiezan los problemas, que al final son la esencia de la política. Puede que Vox no haya crecido todo lo que sus dirigentes pensaban. Pero sin Vox, Mazón no puede ser presidente. Así que ahora veremos hasta dónde llega su manga ancha con la ultraderecha. Todos los focos nacionales se van a poner en ese pacto y en el simbolismo de que un condenado por maltrato pueda ostentar la vicepresidencia de una de las principales comunidades españolas. También hay que ver cómo digieren las crisis derivadas de la pérdida del poder los socialistas, Compromís y Podemos. Malos tiempos para tanta zozobra.