Al final, las derechas obtuvieron el domingo pasado un resultado incluso mejor del que soñaban y, si habían concebido esas elecciones locales y regionales en clave nacional, la jugada les salió bien. Con la subsiguiente convocatoria de elecciones para el 23 de julio, se decidirá ya de una vez si la mayoría de españoles está tan deseosa de «derogar el sanchismo», como piden a coro PP y Vox. Claro que, como se trata de criticar lo que haga Sánchez, sea lo que sea, también han criticado que convoque las elecciones anticipadas que llevan años pidiendo, ahora porque son en verano, como si no existiera el voto por correo o como si no hubiera convocado Feijóo también elecciones gallegas en verano (y en plena crisis sanitaria) y Rajoy generales días antes de Navidad.
Vivimos en una sociedad paradójica en la que nunca fue tan fácil estar mejor informado, pero en la que la mayoría no tiene tiempo ni, sobre todo, ganas para ello, y prefiere alimentarse de los tópicos, filias y fobias que refuerzan su autoestima, incluso aunque le perjudiquen objetivamente. Es raro quien se toma el tiempo de leer varios periódicos de distintas orientaciones: a la mayoría le basta con su grupo de whatsapp. Solo así se explica que los madrileños otorguen una amplia mayoría a un PP que gobierna para un 10 % de su población (y para muchos que ni siquiera viven allí: fondos de inversión estadounidenses, millonarios hispanoamericanos o hasta chinos que especulan con su territorio) y que comete la desfachatez (que aparece como noticia marginal en los medios) de retrasar justo al día después de las elecciones la publicación de las listas con 10.000 niños que se quedan sin plaza de guardería. Claro que haberlas publicado antes hubiera implicado perder miles de votos (los de los padres de esos niños y otros familiares) mientras que un día después: ajo y agua. La indignación de esos padres, calcularán los del PP, se pasará en estos cuatro años.
Mientras, resulta inaudito que un gobierno que ha logrado vadear mejor que ningún otro en Europa las crisis de la pandemia y de la guerra de Ucrania, y que ha mejorado sustancialmente las condiciones de los trabajadores (con una reforma laboral que ha sido elogiada por la OCDE y hasta el Financial Times, a pesar de que la patronal española pronosticaba efectos catastróficos) obtenga tan pobres resultados. Quizás es que en estos días de posverdad y de emociones obcecadas ya ni siquiera funcionaría aquel famoso «es la economía, estúpido», que le espetó Bill Clinton a George Bush. Es cierto que el PSOE no cayó tanto en la mayoría de lugares e incluso subió: vamos, hizo los deberes, aunque sin nota, mientras quien cateó rotundamente fue Unidas Podemos. En estos momentos, las pocas opciones de supervivencia de un gobierno de izquierdas seguramente pasen, como pidió el líder de Podemos en Baleares, por la integración sin más remilgos de sus políticos en Sumar, y también por que den un paso al lado políticas como Irene Montero o Ione Belarra que resultan disuasorias para muchos votantes que no quisieran aguantarlas dando la tabarra otros cuatro años.
La tabarra, sin embargo, habrá que seguirla aguantando desde la derecha, con una retórica bastante venenosa. A nadie parece escandalizarle ya que Feijóo diga que hay que elegir «entre el sanchismo y España». A mí me recuerda el concepto de la «Anti-España» usado por el franquismo, que sirvió como pretexto para las depuraciones más crueles de nuestra historia. Parece que solo su versión de España (un tanto casposa, clasista, conformista) es la única posible, esa de señores y criados. Para quienes, no siendo ricos, gritan su apoyo a ese discurso, recomiendo la lectura de un clásico: el Discurso sobre la servidumbre voluntaria, de Étienne de la Boétie.
* Escritor