Lluvia fina

Sin miedo y sin ira

Largo es mi recorrido en campañas electorales, también nacionales, locales y europeas

Jero Díaz Galán

Jero Díaz Galán

En las elecciones de 1977, las primeras que se celebraron en España tras la dictadura de Franco, yo tenía once años y la suerte de vivir en las inmedaciones del Coso de San Albín, la plaza de toros de Mérida, que congregó los principales mítines de aquella campaña electoral llena de ilusión en las que los esloganes invitaban a que el pueblo hablase y a que disfrutase de la libertad sin miedo y sin ira.

En aquella primavera del 77, yo y los niños de la calle acudimos a todos los grandes mítines que se dieron en Mérida, a excepción en mi caso del de Santiago Carrillo del Partido Comunista por el temor de mi padre a que pudiera pasar algo y nos viesemos envueltos en la trifulca. Recuerdo especialmene el de Felipe González, que llenó la plaza de toros de esperanza y puños en alto, y el de un Fraga en horas bajas que congregó a muy poco público y que nos permitió a los niños del barrio compartir escenario con Jaime Morey, un cantante que había sido famoso pero que en esos años también estaba de capa caída y ejercía de telonero de un exministro franquista que se estaba estrenando como demócrata.

Entonces no podía llegar a pensar que doce años más tarde, en 1989, ya como periodista, aunque solo con 23 años, formaría parte de la caravana electoral de ese mismo Manuel Fraga, para cubrir para la Agencia Efe su primera campaña como candidato a la Presidencia de la Xunta de Galicia en unas elecciones que finalmente ganó por mayoría absoluta. De aquella experiencia recuerdo sobre todo la vitalidad de mi propia juventud, el llegar de madrugada a Santiago o a la ciudad en la que nos alojasen, para continuar la fiesta con los periodistas más jóvenes, porque entonces nuestro rendimiento no se resentía con la falta de sueño, por mucho que Fraga se empeñase en hacer gala de su habitual hiperactividad. Luego llegaron dos campañas más en caravana electoral con el Bloque Nacionalista Galego y con un Xosé Manuel Beiras del que tengo que decir que, como catedrático de Estructura Económica que era, yo aprendí bastante de economía aunque luego mis crónicas se centrasen en sus reivindicaciones sobre los hijos de Breogán y en sus críticas feroces al PP de Fraga.

Regresé a Extremadura en 1996 y aquí no he formado nunca parte de una caravana, ni siquiera sé si han existido como tal, aunque siempre ha habido, como es lógico, periodistas que han seguido por su cuenta a un candidato en concreto. Sí recuerdo, sin embargo, mítines multitudinarios de Juan Carlos Rodríguez Ibarra, capaz de meterse en el bolsillo a todo su auditorio con frases tan ocurrentes: «cómo no sabéis vosotros la de langostinos que tiene uno que comerse para llevar un plato de comida a casa».

Ibarra fue durante mucho tiempo una especie de padre de la patria extremeña, el que nos había otorgado una autoestima que nunca habíamos tenido y la gente sabía reconocerle ese valor en la exaltación y hasta comunión que suponían los mítines electorales. Nadie era más esperado que él en las intervenciones, salvo que le acompañase un Alfonso Guerra que era entonces la estrella del espectáculo, especialmente si hacía mofa de José María Aznar y su bigote o si se metía con ‘los de los apellidos largos’ o los de ‘las cazadoras de guatiné’.

Para entonces, Felipe González ya se había convertido en una especie de jarrón chino que no sabíamos donde poner y que aburría al auditorio con discursos de estadista. En esa línea, recuerdo especialmente un mitin, más bien un antimitin, que Francisco Frutos dio como secretario general del Partido Comunista en la casa de la Cultura de Calamonte, ante un auditorio compuesto principalmente por agricultores mayores, a los que literalmente consiguió dormir arrullados por toda la teminología del materialismo histórico. Largo es mi recorrido en campañas electorales, también nacionales, locales y europeas. No sabría calcular cuántas llevo a mis espaldas y aunque pudiera parecer por este relato que me gustan, la verdad es que no es así.

Aborrezco la política espectáculo y esa mercantilización de lo público que puede llevar a prometer desde una habitación por enfermo en los hospitales a las recurrentes bajadas de impuestos de liberales y conservadores que nunca suelen ser para tanto y que a veces, incluso, se convierten en subidas en cuanto llegan al gobierno.  

Además, el nuevo populismo ya no tiene nada de anecdótico y la polarización es cada vez más terrorífica para alentar el odio y la ira, aquella que en 1977 nos invitaban a alejarla del voto. Menos mal que el 1 de julio me voy de vacaciones.  

*Periodista

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