El Periódico Extremadura

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Fernando Valbuena

A la intemperie

Fernando Valbuena

Los colores del toreo

Entre los ritos del toreo está nombrar sus colores con el debido respeto

Los colores del toreo. El Periódico

Lo de los colores tiene tela. Y viceversa. Viene esto al hilo de los trajes de luces. Al hilo y a la seda. O al raso. Que yo, a estas alturas, no sé de qué estarán hechos. Yo, algo paradito, sigo creyendo que de seda y oro. Oro, plata y azabache, la pasamanería. Digo, sin más ciencia. Ahora, en lo de nombrar colores pido la palabra. Se tiende, en estos tiempos cochinos, más por desidia que por necedad, a la más rampante nadería. No pasamos del grana; el resto, colorines coloretes del jardín de nuestra infancia: azul, blanco, rosa, verde y poco más. Con eso nos apañamos. Mal. Yo, que de sedas no entiendo y de colores tampoco, tengo para mí que el toreo es una liturgia y, entre sus ritos está el nombrar sus colores con el debido respeto. Porque el verbo sostiene la fe. La taurómaca también. El verbo deslumbra, como me deslumbraba a mí, siendo niño, el verbo de Matías Prats cuando decía aquello de catafalco y oro… Pero no, no nos equivoquemos, esto no va de códigos de color, entre otras cosas, porque aquí llegaron antes los toreros que los pantones (y otras zarandajas por el estilo). Esto va de imaginación y hasta de poesía. De recuerdos y de emociones más que de colores. Esto tiene sus mandamientos. Y sus vocablos encendidos. Por partes...

El negro no es negro, es catafalco, el color de los túmulos funerarios en las exequias solemnes. Catafalco y oro. Catafalco y plata. Catafalco y azabache, que es el luto más oscuro y más doliente. Joselito lo llevó en 1919 por su madre muerta, la señá Gabriela -gitana de percal florido- y Manzanares en 2015 por su padre, Manzanares el grande. Si lo prefieren, a su libre albedrío, llámenlo grafito o, simplemente, luto. Y si pierde intensidad, pizarra. Llámenlo plomo si es gris oscuro, pero ni gris oscuro ni marengo, que no están ustedes en las rebajas. ¿Gris claro? ¡Ceniza! O londres, que tiene su guasa. Y si el asunto palidece en extremo, perla (o niebla, que lo que tiene es arte).

¿Blanco? No diré yo que esté mal dicho, pero le faltan alas. Hay donde escoger… Si lo suyo es la prosa, cal. Nardo cuando los toreros bajan a Las Ventas por Alcalá. Azahar cuando el trecho que va de Sevilla a Valencia huele a naranjos. El color de las novias, de los que reciben a Dios por vez primera y, también, de los toricantanos. Primera comunión y oro. Pureza y oro. O nardo y plata, si les viniera a la memoria Palomo Linares.

Esto no va de códigos de color, esto va de poesía

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¡Ay, los morados! De más a menos: uva, berenjena, nazareno, ay, Cristo Caído en Córdoba la llana. Nazareno y penitencia. Al púrpura le decimos obispo y al lirio, heliotropo –que les va a costar encontrar otra palabra tan pinturera-. Y chenel, que, de paisano, se queda en malva. Chenel, el color de Antoñete, el que viste Talavante en su honor. Todo, más o menos, según convenga, según ustedes lo vean.

Y los azules. Primero los oscuros: azul noche, el más mentiroso. La luz nos engaña, los colores no son los mismos a la sombra del túnel que al sol del ruedo. Marino suena a grandes almacenes y a empleado de banca. Lo suyo es ultramar, que de allí venía el tinte. De ultramar y oro murió Yiyo, que también era valiente. Mahón, que es el ultramar venido a menos, eso que en ocasiones llaman azafata por no llamarlo mahón. Y prusia, oscuro y encendido a la vez. Luego los claros: azul pavo, añil (manchego y portugués) y azul rey, que se le parece… Purísima, el color del manto de la Inmaculada Concepción que pintaran Murillo y Valdés Leal, que también eran toreros. Cielo, como los limpios y anchos cielos de Castilla a la hora del apartado. Estrambote, en Bilbao, cuando deja de llover, el cielo es fiero y es azul, azul Bilbao. Se lo digo por si van a Vista Alegre. Y más adelante, más. Más colores.

*Abogado

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