¿Cómo abordar la poética de este melancólico vivir? Escucho estos días la expresión «ola reaccionaria» y me invade una melancolía panorámica, un montón de cosas parecidas a la tristeza más que a la irritación. Nos pone turbio el ánimo y lo único que podemos hacer es abrir un libro como quien abre un paraguas para protegerse de la lluvia. ¿Qué contestar a quien se atreve a denostar y calificar de «emocional» el derecho sagrado de cada quien a manifestar su voto en la urna?
Después de esta implosión de cólera y berrinche que inunda el apacible patio de nuestras cotidianas vidas, sólo nos queda respirar profundo y lento, ir en busca de comedimiento en las conductas y palabras y contribuir cada uno de nosotros en la medida de nuestras posibilidades para transformar la furia en música. Hay demasiada gente por ahí rompiendo árboles, fulminando los muros, esparciendo rabia, desesperando la propia esperanza, excitando pasiones que donde mejor están, es, en su tarrito... guardadas con todo su odio contenido.
El pasado ya no puede transcurrir de otro modo. Estamos donde estamos y cualquiera que sea el desenlace de este periodo electoral tan inédito y convulso, además de ser objeto de estudio sociológico para el futuro, como todo en esta vida también pasará. Pasará y volverán los árboles del parque a mostrarnos su pacífica belleza, su saber estar en armonía y su elegancia en los modos.
Es cierto que por momentos se hace eterno este discurrir errático, este bucle lastimoso al que nos someten impunemente nuestros políticos; cierto también que no es capricho, que de verdad hemos llegado al límite de nuestra paciencia; que el desgaste alcanza cuotas inquietantes por culpa del arsenal ideológico que llevan inyectándonos en vena, sin piedad, desde que la chiquillada del 15 M desembarcó en las instituciones. Aquella fiesta deriva ahora en esta fragmentación de mareas que intentan hacer confluir en Sumar y cuya eficacia sugiere más bien un caos tendente al infinito.
Todas las ciencias del lenguaje reconocen hoy en día que el discurso, para que llegue a buen puerto, es diálogo, es decir, que su ordenamiento, tanto rítmico, tonal como sintáctico, exige dos interlocutores para realizarse. Lejos de eso, Sumar no para de ampliar su camarote al estilo de los hermanos Max, aumentando la imposibilidad técnica de lograr un discurso coherente. Lo veremos en las próximas semanas cuando, acabado el esperpéntico encaje de listas, haya que elaborar propuestas de verdad, encaminadas a recomponer de nuevo la base de un cordial entendimiento.
Se trata de no desesperar ya que en algún lugar debe haber palabras que amparen, debe existir no muy lejos un canto que cure y enaltezca la belleza del mundo, sugiere el filósofo José María Esquirol. Y ¿por qué no? cultivar la contemplación de los cerezos en flor, la esencia de la rosa, el púrpura demócrata al que aspira el colibrí... cualquier cosa que nos saque del vulgar silabario al que madrugan los políticos y su fijación por embadurnarnos con proclamas irresponsablemente incendiarias como esta de la “ola reaccionaria”.
Algunos poetas nipones nos recuerdan que hay un “vestigio de las olas”, un rastro que va dejando el oleaje después de retirarse de la playa, una corriente que arrastra estrellas de mar y caracolas hacia abismos inasibles. De manera que no es palabra pequeñita. Venimos insistiendo con el cuidado que debemos tener a la hora de elegir las palabras porque algunas inducen a echar chispas y se convierten en fuego que se propaga, incontrolables.
Hoy en día hemos dejado que nos inunden palabras gruesas que esconden algo invisible; palabras de gran tamaño tras las que se esconden el mal humor, los egos, las impaciencias y volcanes. Palabras de color rojo Estambul. Palabras que no llueven de un cielo sereno, diáfano, sino de cielos revueltos interiores.
«Considerad los lirios...» dijo Mateo, pues las cosas no son como las vemos. Son como las llamamos. Esto es, silencio.
* Periodista