Ah, la pregunta, las preguntas. ¿Era este el resultado? ¿Era esto lo que se esperaba? Unánimemente, no.
La euforia, en el caso de Sánchez, es inversamente proporcional a los pronósticos. Y, en el caso de Núñez Feijóo, no se corresponde con las expectativas. La realidad, a veces, da estas bofetadas.
" ¿Era esto lo que se esperaba? La respuesta, en todos los casos, solo puede ser no
Yolanda Díaz, según las malas lenguas, se libra por ser primeriza, o, según las lenguas malas (muy distintas), porque su éxito es el de quien prueba suerte por primera vez, lo cual viene a ser lo mismo, solo que dicho por lenguas diferentes.
Se explica así, también, la sinceridad de Abascal culpando de su fracaso al Partido Popular: reconoce el estrépito.
Decepción, si la hay, no cabe atribuirla ni a las expectativas ni a los pronósticos, que los habría engullido el verano (desde hoy, responsable también de esto, no solo de los ahogados) y también el que las autonómicas y municipales estaban todavía recientes, con los resultados de cuerpo presente. Pero será el argumento por parte de los afectados, ya se verá, esta conjunción o alineación (alienación, ea) de dos universos paralelos: las vacaciones, por un lado, y los dos meses casi exactos entre el 28 de mayo y el domingo 23, por otro. Lo dicho: dos universos para lelos.
Sobre lo que ocurra a partir de ahora, poco que decir. Núñez Feijóo depende de la buena voluntad socialista que le permitiera gobernar con mayoría simple, como los propios socialistas en 2019, o de machihembrado que va a intentar con Vox, PNV, CC y UPN, que le daría la mayoría si Aitor Esteban (PNV) se desdijera de lo que dijo cinco días antes de las elecciones: «Nosotros, con Vox, nada, y con quien se apoye en Vox, tampoco». Y Sánchez, que ahora se puede cobrar los favores a ERC, Bildu et alii, solo parece depender de que detengan cuanto antes a Puigdemont (la Fiscalía solicitó ayer mismo que se activara una orden de busca y captura) para poder indultarle cuanto antes y, cuanto antes, obtener la abstención de Junt per Catalunya en su investidura. Esas son las posibilidades. Y, si ninguna resulta, elecciones, las cuales solo preocuparían a Díaz, Yolanda Díaz, porque Ione Belarra ya la acusa de que «invisibilizar a Podemos no ha funcionado» y de haber perdido así 700.000 votos.
Pero están las preguntas, o está la pregunta: ¿Era esto lo que se esperaba? La respuesta, en todos los casos, solo puede ser no, tanto para Sánchez como para Abascal, para Feijóo como para Díaz, por citar solo a los líderes, desde los cuales se irradia a sus votantes la sorpresa en forma de entusiasmo o de incredulidad, según.
Y es que España, desde los resultados del 28 de mayo y la inmediata anticipación de elecciones generales, se había instalado en un optimismo generalizado: los populares creían haber derogado el «sanchismo», a juzgar por los resultados, y los socialistas creían que podían revertir esos resultados, a juzgar por la reacción de Sánchez de convocar elecciones generales. Y los partidos, todos, se contagiaron. Y, por supuesto, los ciudadanos. Desde fuera, y desde dentro, se constataba un raro estado de optimismo. Pero un optimismo sin qué, sin mucha razón de ser, inexplicable, un optimismo irracional.
Buenos, más que optimismo irracional, puesto que el optimismo es irracional por naturaleza («una propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más favorable», dice la RAE, o sea, un temperamento, más instinto que reflexión), lo que se constataba era lo contrario: una irracionalidad optimista. Y de ahí el resultado, claro.
De modo y manera que es comprensible la sensación de extrañeza que parece impregnarlo todo desde el domingo, hasta el punto de no saber si se ha elegido gobierno o se ha elegido oposición.