Hizo bien el presidente del Gobierno, después de convocar las elecciones generales, en reconocer el esfuerzo (quizá dijosacrificio) que suponía para los españoles votar el 23 de julio, no por haber tenido que votar dos meses antes, sino por coincidir con las vacaciones. E hizo bien después, cuando ya se conocían los resultados, en recomendarles que disfrutaran el resto del verano y se despreocuparan. Algún español hubo, naturalmente, que se molestó: “¿Tiene que decirnos el Gobierno cuándo debemos hacer un esfuerzo y cuándo debemos despreocuparnos?”. Por si ese español no pudo o no se le oyó rematar la frase, cabe rematársela aquí: “Hombre, hombre”.
En efecto, el Gobierno no tiene que decir a los ciudadanos cuándo deben preocuparse ni cuándo despreocuparse o, peor, olvidarse de todo, como se atrevió el ministro Bolaños: “Ahora toca descansar, desconectar y olvidarse de todo”. Casi seguro que el ministro no se refería a desconectar y olvidarse de los problemas familiares y laborales de cada día, los del resto del año, los cuales siguen ahí incluso en verano (y ese “incluso” sobra: el verano no idiotiza tanto, por más que cada cual hace lo que puede). Seguramente, el ministro se refería a desconectar y olvidarse de la idea de que quieneshan vencido en las elecciones tal vez no puedan gobernar (¡desconecten, olvídense!) y de quequienes las han perdido puede que sigan gobernando (¡olvídense, desconecten!). Dado que el ministro no podía decir lo que realmente pensaba, aquí se le puede ayudar: “Ustedes despreocúpense, para que así podamos negociar sin tener que dar explicaciones, de maneraque lo peorles parecerálo bueno cuando regresen.”
Tal despreocupación no sería posible sin la prensa, que en verano cubre la actualidad con los vestidos low cost de Letizia, la mejor cerveza de cada provincia, la muerte de un italiano aplastado por 25.000 quesos, el número de avistamientos de ovnis, las carabelas portuguesas, el plasma que rejuvenece al rey emérito, el fenómeno Barbie, la causa de que los mosquitos piquen siempre en el tobillo,el biquini en triángulo, la cama inteligente que mide la edad biológica, etcétera, etcétera. Más allá de que exista o no una ley periodística sobre esto y de que opere en ambas direcciones (esto es, a menor interés por informar, menor interés por la información, y viceversa, a menor interés por la información, menor interés por informar), lo cierto es que nada se sabe acerca de cómo transcurren las negociaciones para la investidura, sea la de Feijóo, sea la de Sánchez. Por si el periodismo no tiene disculpa, aquí puede disculparse: “Las únicas noticias con rango de noticia son los incendios, los ahogados y, desde ayer, la ola de calor. Bueno, y ahora también el asesinato cometidopor el hijo de un actor español”.
Pero negociaciones hay, debe haberlas, como las meigas en Galicia y las chowafas en Marruecos,solo que los negociadores trabajan discretamente, permitiendo que se deslice solo la información justa, para que vaya calando, impregnando. Por ejemplo, a propósito de la investidura de Sánchez: “No hay ninguna limitación para que se aprueben indultos, indultos ampliados o amnistías”, decía ayer Enrique Santiago, diputado de Sumar. Por su parte, ninguna información aún de los negociadores de la investidura de Feijóo, salvoel ofrecimiento incondicional de Vox el domingo. Sin duda, porque su única negociación es con el PNV, y a cielo abierto.
Demasiado a cielo abierto.
*Funcionario