Leer estos días en el periódico las noticias sobre Cáceres produce cansancio: que si una asociación presenta alegaciones que podrían retrasar la construcción del centro comercial Way Cáceres, que si otra asociación califica de «gran error» el proyecto del Gran Buda, cuyos promotores asiáticos, de todos modos, están ya un poco hasta el moño (o hasta la calva) por la carrera de obstáculos sin fin que ha resultado ser algo que, al principio, se les presentaba en bandeja y con un lacito… Recordemos que hasta el CP Cacereño llegó a pegarse la paliza de ir a jugar contra la selección nacional de Nepal, poco antes de su decisivo partido de Copa del Rey contra el Real Madrid, todo ello seguramente al final para nada, pues cada vez tiene más visos el proyecto de construirse en Japón, un lugar mucho más lógico por más cercano a donde viven la mayoría de los budistas.
Por mi parte, siempre vi con escepticismo lo del Buda, y dudoso que atrajera a millones de turistas. También tenemos en la provincia de Cáceres el Monasterio de Guadalupe, y no es que atraiga a millones de turistas mexicanos, devotos de la Virgen de Guadalupe. Bien es cierto que la inmensa mayoría de ellos ni siquiera saben que venga de Extremadura. Muchos de ellos ni siquiera saben qué es Extremadura (algunos sí, este verano me divertí y apené a partes iguales escuchando a un grupo de jóvenes mexicanos en una piscina de Cáceres; debían ser evangélicos o algo parecido, despotricaban contra «los LGBT» y uno afirmaba que «muchas personas se consagran al diablo, el diablo está muy cabrón»; cómo está el patio al otro lado del charco y cómo están las cabezas, pensé). De todos modos es probable que, al cabo del año, haya más gente de Villanueva de la Serena que de México, que vaya al mencionado santuario, tan bello como su entorno.
Los comentarios a estas noticias suelen ser del mismo tenor: se indignan con esa «ciudad del No», del no a todo, sea mina, Buda, o centro comercial, una ciudad en la que «se vive muy bien», dicen los que viven muy bien, normalmente altos funcionarios con herencias y varias viviendas, algo de lo que dudan los miles de jóvenes que se acaban yendo a otras ciudades menos bonitas pero con más opciones laborales.
Ahora, el gran deseo del alcalde Mateos, según le contó a María Guardiola, con la confianza que da el ser paisanos y de la misma cuerda, es un aeródromo para Cáceres. Algo que está complicado desde el principio, pues Cáceres está rodeada de ZEPAs. No he leído el último libro del poeta local Basilio Sánchez, El baile de los pájaros, pero desde luego su título es acertado, pues aquí los pájaros bailan y viven muy a gusto, sean vencejos, cigüeñas, grullas o cernícalos. Y claro, no tendría gracia que algún millonario de postín estrellara su avioneta por chocarse con una cigüeña que volaba camino de los Barruecos. Porque esa es otra, uno se pregunta si esa necesidad prioritaria del aeródromo es para la gente de Cáceres o para cuatro ricos que puedan venir de caza a algún coto en Herreruela o Salorino, o a cenar en el Atrio, o no sabemos a qué. Al fin y al cabo, el aeropuerto de Badajozestá infrautilizado, con una media de dos vuelos diarios (uno a Madrid y otro a Barcelona) y a precio de oro.
Que si el aeródromo, que si el Buda, que si la mina… Que si la capital cultural, que si la gran desconocida. Hace unos años era el Corte Inglés, al parecer una necesidad vital de Cáceres. Da grima pensar en los cientos de páginas de prensa con noticias sobre algo que al final no se hizo. En esta ciudad hay noticias de cosas que al final no se hacen, o se hacen tarde, demasiado tarde, cuando ya no sirven de nada. Una ciudad que parece cansada, y resulta cansina. Cáceres cansina, me evocan ahora las siglas de las matrículas de los coches.
* Escritor