El espíritu mágico de la convivencia está hecho pedazos porque el presidente de España ha decidido por su cuenta y riesgo abrir la puerta a los atletas de la mentira que vienen corriendo a pedir socorro a la casa común de los españoles para irse a sus fueros dejándonos dentro la putrefacción tenebrosa del odio y la discordancia.
Pedro Sánchez, en su angustia por mantener vivo el profundo ego de su narcisismo, ha expulsado a la mayoría del propio centro. Puede que estos días en los que se ha sentido su ausencia del debate público le hayan servido para alcanzar una cierta claridad mental y todo esto no quede más que en una turbulencia política pasajera.
Ojalá no sea demasiado tarde como para sentir que el idealismo está derrotado y desacreditado. Esperemos que no sea tarde para erradicar el «yo» de las quimeras políticas de algunos pues sería un error de magnitud desconocida que la oscura voluntad propia de unos cuantos desquiciados sometiera a la luz de la conciencia mayoritaria y sosegada. Esta tristeza hoy por hoy se ha hecho palpable y ha generado una colisión en el núcleo sagrado e intocable de nuestra convivencia.
Irremediablemente, si Sánchez no cierra la puerta de golpe a los que pretenden darnos la patada, algunas cosas habrán quedado para siempre detrás, debajo o por encima de nosotros. Produce estupor observar que desde el propio gobierno en funciones se alienta a los que promueven relaciones de enemistad elemental, la desobediencia y la traición. A partir de ese momento es cuando el político que debería ejercer de garante de la libertad emite el temible aullido del que advirtió Hobbes, convirtiéndose así en un enemigo para el hombre al que ha de proteger.
Es entonces, en tales situaciones de gravedad, cuando ha de comprenderse la esencia de la unidad política a diferencia de otras formas de agrupación.
Partiendo de las premisas de Carl Schmitt «el mundo político no es un universo, sino un pluriverso», un mundo plural que ha de vérselas con la realidad de un mundo hecho a base de oposiciones, ahora bien, hasta cierto punto pues ya sabemos todos el desastre que supuso la construcción de Babel y cuyas consecuencias parecen insuperables.
Esta enemistad brotada y exacerbada a manos de Pedro Sánchez tiene aspecto de piedra primitiva que más pronto que tarde caerá en la cabeza de alguien.
Ya de por sí sabemos que la historia del género humano se cimenta desgraciadamente en la concatenación de sus múltiples enemistades, pero duele sobremanera contemplar en horario prime time la coreografía casi pornográfica de un gobierno entregado al golpismo real y acreditado.
Pedro Sánchez no se ha tomado en serio la convivencia de los que sí quieren convivir en paz, por el contrario, ha sentido la llamada de la selva, la tentación de cruzar el hormigueo del acontecer histórico ignorando toda prudencia en dicho devenir que es el papel de todo buen gobernante. Olvida Sánchez que aquel individuo que no es racional ni sensato para las mayorías, su verdadero mandato, tampoco es señor se su propia casa.
Las pasiones nos esclavizan y autodestruyen. Viene al caso recordar en estos días que hubo un rey, Nabucodonosor II, que se tuvo a sí mismo por Dios, pero cayó lamentablemente de «la altura de su arrogancia, se arrastró por el suelo como un animal y comió hierba».
En su carrera desenfrenada hacia el abismo Pedro Sánchez no está solo, le acompaña su musa llegada del Helicón, mujer de sonrisa fácil, sobrada de caricias y pellizcos quien ingenuamente cree que su cesta rebosante de hidromiel bastará como garantía de estabilidad. Parecen ignorar ambos «yoes» desde su cielo vacío que el mal siempre se comporta mal, que el mal busca la confusión, la destrucción; ignoran a sabiendas que el mal no pretende conseguir algo, sino la nada.
Este buenismo está resultando una amenazadora erosión del sentido común, una severa inclinación al mal.
* Periodista