El Periódico Extremadura

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Jero Díaz Galán

lluvia fina

Jero Díaz Galán

Periodista

#MeToo infantil

Para que ninguna niña y ninguna mujer vuelvan a sentirse así es el #MeToo y el #SeAcabó

Recuerdo tener que ir de niña con mucha frecuencia a recoger fotografías, cuadros de petit point y otras artesanías de mi madre a la marquetería. No tenían que ser tantas por la memoria que guardo de la decoración familiar, pero la sensación que tengo es de que fueron muchas veces, demasiadas veces, infinitas y terroríficas veces.

En aquel taller de marquetería, instalado en la cochera de un edificio cerca de mi casa, «el sordo», un hombre que luego llegó a estar preso por violar a una chica y que ya ha muerto de viejo, abusó de mí aunque lo hiciera sin llegar a rozarme, sin tocarme un pelo.

Su estrategia era siempre la misma, decirme que el cuadro que mi madre llevaba esperando hacía ya demasiado tiempo, estaría con la condición de que yo me esperase a que él lo terminara. El hombre de los audífonos se afanaba entonces con el marco mientras se regodeaba contándome todo tipo de escenas de sexo que me hacían sentir, en medio de la náusea y el miedo, la niña más sucia y ultrajada del mundo.

No sé si alguna vez me amenazó o me dijo que aquello no podía contárselo a nadie, solo puedo asegurar que su intimidación, como un mostruo libidinoso y cruel, me hacía sentir tan vulnerable y al mismo tiempo tan cómplice de tan solo escucharle que yo no me planteaba otra cosa que guardar el secreto. 

Cuando por fin lograba salir de allí con el cuadro terminado, como un trofeo, me sentía libre pero siempre llena de asco y de culpabilidad por no haber sido suficientemente valiente y «maleducada» para hacerle callar y por no haber salido corriendo y explicarle a mi madre, por mucha vergüenza que me diese, lo que aquel hombre me contaba. Eran los tabúes de entonces y la culpa que siempre relacionaba el cuerpo de la mujer con el pecado, aunque aún fueras una niña, como «causante» del deseo del hombre.  

Años después cuando me enteré que ese tipo, cuya cara y cuya boca siempre he recordado con una repugnancia inagotable, había entrado en la cárcel por violar a una mujer, la culpabilidad se me volvió a disparar por no haber hablado de ello, por no haberlo impedido, como si yo no hubiera sido una víctima más de él. 

En mi infancia y adolescencia también se estilaban los exhibicionismos de todo tipo y alguna vez me tocó correr aterrorizada al ver a tíos en coche o en el parque con todo al aire, pero la metodología más extendida para hacerte saber que tu cuerpo de niña ya entrañaba peligro era encontrarte de sopetón con todo tipo de gestos obscenos por parte de hombres adultos que te congelaban la sonrisa de inmediato y te hacían bajar la cabeza con vergüenza, con mucha vergüenza, con tanta vergüenza como la que ellos nunca llegarían a tener.

En este recorrido por mi particular #MeToo infantil, tampoco he podido olvidar cuando, ya adolescente, iba en bicicleta por las inmediaciones de una entonces recién estrenada residencia de ancianos y un «adorable viejecito» me pidió que me acercara para contarme lo solo que se sentía y, de paso, espetarme que estaba dispuesto a darme dinero si yo hacía algo tan simple y tan fácil para él como enseñarle las tetas. Nuevamente tocaba salir corriendo y nuevamente aparecía la vergüenza y la culpa por tener algo que hacía que ellos, aunque fueran ya muy mayores, no pudieran refrenar sus asquerosos impulsos. 

Creo que nadie tenía ningún derecho a robarme la inocencia, la sonrisa y la paz

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Siempre había un preguntarse qué habías hecho tú para provocar, qué no habías calibrado, qué camiseta o falda llevabas y si estas no serían demasiado estrecha y demasiado corta para la edad que ibas ya teniendo, como nos hacían ver las monjas cuando estábamos en los últimos años de la EGB, es decir cuando aún éramos unas niñas.

Ya en el instituto, una tarde noche que iba sola por la calle, «provocadoramente sola», podría pensar alguno, un grupo de chicos en manada cobardemente me toquetearon unos segundos y salieron corriendo. Entonces no entendí nada pero ya empecé a comprender que todo siempre tenía que ver con el poder que el hombre creía poseer sobre el cuerpo de la mujer. 

A alguien le puede parecer exagerado que yo me sintiese abusada por verme obligada a ver o a escuchar, por sentir miedo, asco y culpa ante una sociedad que ocultaba todo esto. A mí desde luego no, porque creo que nadie tenía ningún derecho a robarme la inocencia, la sonrisa y la paz. Por ello, para que ninguna niña y ninguna mujer vuelvan a sentirse así, es el #MeToo y el #SeAcabó. Creo que no es tan difícil de entender .

*Periodista

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