Hay gente que sabe estar y gente a la que le da igual pisotear cualquier norma social establecida o regla de urbanidad básica. No hace falta ser expertos en protocolo, ni haber sido educados en elitistas colegios del extranjero, para conocer los preceptos elementales de convivencia y tener un poquito de decoro. Simplemente son necesarias unas pequeñas dosis de conocimiento, de respeto y algo de consideración por el prójimo.
En este sentido, desafortunadamente, cabe señalar que hay no poca gente que es descuidada, que es mal educada o que va por la vida avasallando a los demás.
Los despistados podrían tener un eximente que disculpara su actitud, pero los que actúan con plena conciencia o total prepotencia, no. Estos últimos suelen recrearse en la suerte a la hora de perpetrar barrabasadas o cuando rebasan los límites de lo admisible. No es que no se corten un pelo, es que se permiten rizar el rizo y hasta hacer bucles y tirabuzones. Y eso agrava sobremanera los hechos.
Si se les afea la conducta, a veces lo justifican con un «yo es que soy así», y se quedan tan campantes y escarranchados. Como si el resto del mundo tuviera que pechar con todos sus caprichos porque ellos lo valen.
Si todos fuéramos por la vida al albur de lo que nos place en cada momento, u obviando que no somos los únicos en el cosmos de lo cotidiano, no habría manera humana de convivir. De ahí la importancia de las normas sociales y las leyes.
Porque hay seres dizque humanos que necesitan que les impongan ciertos límites al no conocer el autocontrol ni la autorregulación. Esto denota que al libre albedrío hay que enfundarlo en ciertos corsés, sin asfixiarlo pero sí sujetándolo un poco, para evitar el descontrol, el salvajismo y la anarquía.
En un mundo idealizado, la libertad absoluta quizá sería asumible. Pero la realidad revela que hay demasiada gente que carece de esa herramienta aleccionadora de la libertad que es la responsabilidad. Y, sin ella, la libertad se trasgrede, y, como consecuencia, se acaban pervirtiendo hasta sus más puras esencias y, lo que es peor, con fines espurios o extremadamente egoístas.
La desconsideración de ciertos sujetos por sus semejantes produce, a menudo, cabreo, sonrojo, desazón o desesperanza. Pero se ve que de todo tiene que haber en el mundo. Y con esos bueyes tenemos que arar... ¡Qué le vamos a hacer!