El confuso brebaje mental de Hitler provocó toda una estética de lo terrible que encaminó a Europa directamente al corazón de las tinieblas. Aquella locura demostró bien pronto que el odio se difunde como un virus en los cuerpos sociales y que, casi sin tiempo ya de reaccionar, puede acabar degenerando hasta convertirse en furia generalizada.
La aniquilación de los judíos llegó a calificarse de ‘obra sagrada’: «en tanto me preservo de los judíos, lucho por la obra del señor», afirmaría Hitler, ebrio de su brebaje mental.
Normalmente la locura separa a un hombre de su entorno, lo aísla y encierra, lo terrible del caso de Hitler está en que éste superó la soledad de la locura por cuanto la socializó con éxito.
Hay un estado de ánimo previo a la consumación de algo que nos hará irreversible el reconocimiento de quienes fuimos hace apenas un mes. De hecho, parece que se respira una especie de fragilidad moral en el ambiente. Recordar la historia es lo que tiene, bajar hasta lo más profundo de la náusea y el óxido. Hemos aprendido a convivir con el mal y los malos. Y desgraciadamente siempre hay un personaje que se presta a transformar los conceptos morales y la orientación espiritual del hombre; alguien que se presta a hacer fracasar la verdad y llevarse por delante los abrazos de tolerancia y amistad en favor de los disidentes y traidores.
Si como todo apunta en estas horas el presidente en funciones triunfa en su empeño, se nos mostrará la bancarrota total de la «verdad» en política. La verdad manipulada que pretende Sánchez para alcanzar nuevamente el poder no se funda en ninguna verdad sino en el intento de hacer verdadero un delirio realizándolo. La historia es tozuda en esto y nos ofrece ejemplos de amnistías a presos políticos que tras volver a casa se reagruparon para iniciar nuevas invectivas.
Hasta ahora las fuerzas morales unidas de la sociedad no están siendo capaces de poner fin a sus maquinaciones, lo cierto es que sigue ardiendo la enemistad y desconfianza. La reclamación de libertad y amnistía para aquellos que sí cometieron delito con la inestimable colaboración del PSOE, nos está llevando a un caos impenetrable. La política es el destino dijo Napoleón y en ese camino está un Pedro Sánchez que se cree invencible, se siente tan libre que puede prescindir de sus propios principios defendidos con su habitual petulancia hace un par de meses tan solo. Su libertad obedece ciegamente a su necesidad de gobernar, pero su rostro, golpeado por el mal del nacionalismo, aguijoneado por la avispa del mal, demuestra que se ha convertido en pura zona sombría.
Nunca un presidente en funciones, ¡EN FUNCIONES! se ha atrevido a llegar tan lejos, tanto, tanto, que no puedo ver en Pedro Sánchez otra cosa que un siniestro muñeco hurgando en las vísceras de un animal herido. Pero Pedro ha de saber que solamente es un hombre entre hombres; será el día en que compruebe que de su soberbia metafísica queda apenas un renglón en el libro oceánico de la Historia.
Ya lo dijo de forma refulgente el lúcido escritor Stefan ZWEIG: «los millones de hombres que conforman un pueblo son necesarios para que surja un genio. Igualmente han de transcurrir millones de horas inútiles antes de que se produzca un momento estelar de la humanidad». Y ahí estamos, transitando millones de horas inútiles al mando de hombres temerarios.
Cuando las exigencias son excesivas por una parte mientras la otra se deja llevar, todo parece ya contaminado de una sustancia muy peligrosa capaz de destruir el fundamento de la buena educación social.
Observen bien cuando habla Sánchez, notarán que balbucea, busca palabras que no tenía interiorizadas, un discurso hilvanado con hilo negro fabricado en el taller por el ventrílocuo Puigdemont quien parece haber poseído al títere Madel Man.
Solo nos queda protegernos ante el futuro sin miedo.
* Periodista