Algunos días me despierto antes de que suene el despertador y aprovecho para quedarme en la cama, en posición relajada, y dedicarme unos minutos. Ya habrá tiempo de levantarse con urgencia, darles el desayuno a los niños, ayudarles a vestirse, sacar el coche del garaje, llevarlos al colegio, sentarme al ordenador para trabajar. En fin, ya habrá tiempo de someter una vez más mis energías a la inagotable vorágine colectiva.
Pero estos instantes que le robo al sueño y que disfruto sin la obligatoriedad de interaccionar con nadie son solo para mí, solo para pensar, ese verbo tan denostado.
Y en estos pensamientos míos cabe un poco de todo: ¿Qué pienso del último partido de mi equipo de fútbol? ¿Debería comprarle a mi hijo el skateboard que me ha pedido? ¿Voy al gimnasio? Y a un nivel más profundo: ¿Qué pienso de la guerra contra Ucrania, de la naturaleza humana, de la corrección política, de la sociedad actual? ¿Cómo ha sido mi trayectoria vital? ¿He conseguido mis sueños, los he traicionado? ¿De dónde venimos, quiénes somos, adónde vamos?
"La idea es apagar las pantallas de vez en cuando y encenderse a uno mismo en este bosque ingrato
Se podrá opinar que entregarse a esta suerte de autopsicoanálisis de andar por casa es una pérdida de tiempo como otra cualquiera, por mucho que la recomendaran insignes psicoanalistas como Erich Fromm. Aun así, a mí me sirve para algo importante: ordenarme. Tengo la certeza de que para actuar bien es necesario pensar bien.
Puede que yo no consiga ni lo uno ni lo otro (pensar y actuar bien), pero la mera búsqueda de un orden personal me infunde bienestar en estos tiempos en los que el ser humano está más interesado por lo que ocurre en el mundo exterior que por lo que pasa en nuestro interior, ese bosque oscuro e indescifrable que tanto miedo nos da.
La idea es apagar las pantallas de vez en cuando y encenderse a uno mismo en este bosque ingrato para tratar de dar respuestas a las preguntas más acuciantes.
